Programa del 6 de septiembre

Uriburu estaba rodeado de algunos civiles como José María Rosa, fundador de la Defensa social argentina, de la Acción nacionalista y del nacionalismo laborista; Juan P. Ramos, profesor universitario; Leopoldo Lugones, Matías G. Sánchez Sorondo, Alberto Viñas, fundador de la Legión de Mayo, Juan E. Canilla, Roberto Laferrére y otros pocos, entre ellos Daniel Videla Dorna, Raúl Guerrico, Guillermo Peña, Santiago Rey Basadre, Félix Bunge, César J. Guerrico, Jorge H. Guerrico, Alberto E. Uriburu, Nicolás E. Rodríguez, Carlos Rivero, Detlef von Bülow, Horacio Kinkelín, David Uriburu, Rodolfo Alzaga Unzué, Luis González Guerrico, Rodolfo Irazusta, Julio Alsogaray, José Luis Silva, Eduardo Saguier, Raúl Alejandro, Jorge y Enrique Zimmermann, Félix Gunther.

Leopoldo Lugones fue encargado de redactar un manifiesto al pueblo, que el teniente coronel J. M. Sarobe logró alterar; en el proyecto de Lugones el movimiento era exclusivamente militar, divorciado de los partidos políticos; en el de Sarobe, que fue aprobado, era un movimiento cívico-militar; el uno proponía la revisión de la ley Sáenz Peña; el otro el respeto a la misma; uno quería modificaciones a la Constitución y a las leyes fundamentales; el otro reclamaba respeto a la Constitución y a las leyes fundamentales; uno quería una dictadura de cinco años, el otro la convocatoria a elecciones para la consagración de representantes legítimos.

El Círculo militar fue un escenario en el que jugaron las tendencias de la oficialidad del ejército. El coronel Luis J. García hizo revivir de hecho, sin las formalidades anteriores, el espíritu de la Logia general San Martín. En 1928-29 se disputaron la dirección del Círculo militar, por un lado Pablo Riccheri y el coronel Carlos Casanova, favorables al gobierno; por otro el general Uriburu, con el coronel Manuel A. Rodríguez, estrecho colaborador de Justo, hostiles al yrigoyenismo. Este sector obtuvo 635 votos contra 929 los candidatos oficialistas. En las elecciones de 1930 fue elegido presidente el general Francisco Vélez, que proclamó que las relaciones con el gobierno se caracterizarían por la consideración escrupulosa y la prudencia, sin obsecuencia y sin servilismo.

El embajador norteamericano, Robert Wood Bliss, informó en julio de 1930 a su gobierno: "Un cambio de política en la hora once puede salvar la posición del presidente Yrigoyen, pero pienso que esto es una concesión imposible de su parte en vista de su edad y de su mentalidad en declinación, de modo que temo que su gobierno corra hacia lo inevitable". Y agregaba que "la situación es primariamente el resultado de la inercia del gobierno nacional, debida en parte a la aparente incapacidad creciente del presidente para dirigir Los asuntos del Estado sobre los que mantiene control completo".

A Sarobe, que estaba de acuerdo con Justo, le correspondió la redacción del programa de acción, elaborado el 28 de agosto y aprobado el 5 de septiembre por los militares Miguel A. di Pascuo, Oscar Ramayón, Angel M. Manni, Alberto Uria Daguerre, Juan Domingo Perón. Fue aceptado por Uriburu el mismo día. Contiene siete puntos esenciales:

"1º El movimiento se dirige en contra de los hombres que actualmente ocupan las más altas posiciones políticas y que, olvidando la fe jurada a la Nación, se han apartado de toda norma regular y ética en el ejercicio de sus funciones, llevando el país al estado de subversión institucional y desorden político y económico, que ha sublevado la conciencia nacional.

"2º El gobierno provisorio proclama su respeto a la Constitución y a las leyes fundamentales vigentes y su patriótico anhelo de volver cuanto antes a la normalidad, ofreciendo a la opinión pública las garantías absolutas• a fin de que la Nación, en comicios libres, pueda elegir sus nuevos y legítimos representantes.

"3º El gobierno provisorio durará únicamente en sus funciones el tiempo estrictamente indispensable para colocar en condiciones electorales a la Nación. Sus miembros contraen ante el país el compromiso de honor de no presentar ni aceptar el auspicio de su candidatura a la presidencia de la Nación.

"4º El gobierno provisorio, compenetrado de que el futuro político del país depende del esfuerzo cívico de los partidos orgánicos, les exhorta a intensificar su acción a fin de estimular el celo democrático de los ciudadanos, de manera que, para las próximas contiendas electorales, sea posible movilizar las grandes masas de opinión, de cuyo seno deberá surgir el mejor gobierno para la República. "Por su parte el gobierno provisorio procurará devolver la tranquilidad a la sociedad argentina, hondamente perturbada por la política de odios, favoritismos y exclusiones fomentada tenazmente por el  régimen depuesto, de modo que en las próximas luchas electorales predomine el espíritu de concordia y de respeto por las ideas del adversario que son tradicionales a la cultura y a la hidalguía argentinas.

"5º El gobierno provisorio interpreta el sentimiento unánime de la masa de opinión que le acompaña al agradecer en esta emergencia, a la prensa seria del país, el servicio que ha prestado a la causa de la República, al mantener latente por una propaganda patriótica y bien inspirada, el espíritu cívico de la Nación y provocar la reacción popular contra los desmanes de sus gobernantes. Confía que, con el mismo acierto, sabrá interpretar en el futuro, el papel esencial que le deparen los acontecimientos, a fin de encauzar hacia los mismos objetivos, los esfuerzos cívicos de la opinión nacional.

"6º El gobierno provisorio procurará reducir en lo posible los gastos públicos, efectuando las economías necesarias y suprimiendo los empleos y cargos superfluos. Los buenos empleados nacionales pueden considerarse garantizados en sus puestos; contra los malos y los ineptos, será inexorable la acción del gobierno provisorio, así como para desterrar las prácticas del favor, el dolo y la dádiva, que han sido inseparables de la gestión pública del gobierno depuesto.

"7º Queda prohibida la participación de los jefes y oficiales del ejército en actos públicos y electorales. Los funcionarios que ofrezcan manifestaciones o agasajos a las autoridades nacionales serán destituidos. Los oficiales llamados por la fuerza de las circunstancias a desempeñar funciones civiles, desde ya sé comprometen a no aceptar más sueldos que los asignados a los mismos empleos militares, ni admiten recompensas o ascensos que no sean los determinados por las leyes dictadas por el Congreso, acordados en las condiciones y términos de ley, por las autoridades respectivas."

Esa proclama repartida el 6 de septiembre, concuerda en lo fundamental con el compromiso adquirido anteriormente, según el cual, el ejército y la armada se reconocen exponentes del orden y respetuosos de las leyes y de las instituciones y anuncian su voluntad de salvar al país del caos y de la ruina que, en su concepto, eran inevitables de continuar el gobierno de Yrigoyen.

"La inercia y la corrupción administrativa —se lee en el compromiso aludido--, la ausencia de justicia, la anarquía universitaria, la improvisación y el despilfarro en materia económica y financiera, el favoritismo deprimente como sistema burocrático, la politiquería como tarea principal del gobierno, la acción destructora y denigrante en el ejército y la armada, el descrédito internacional logrado por la jactancia en el desprecio de las leyes y por las actitudes y las expresiones reveladoras de una incultura agresiva, la exaltación de lo subalterno, el abuso, el atropello, el fraude, el latrocinio y el crimen, son apenas un pálido reflejo de lo que ha tenido que soportar el país." 
"Al apelar a la fuerza para libertar a la nación de este régimen ominoso, lo hacemos inspirados en un alto y generoso ideal. Los hechos, por otra parte, demostrarán que no nos guía otro propósito que el bien de la Nación."

Suavizadas las expresiones de la ideología del. movimiento y alteradas, como se ha visto, por J. M. Sarobe, la mentalidad dominante en los hombres de las fuerzas armadas que movían los hilos de la conspiración, se pone de manifiesto en una nota del coronel Pedro Pablo Ramírez, publicada en La Nación el 8 de noviembre de 1930, en respuesta a una publicación del teniente coronel Enrique Rotger, del 2 del mismo mes.

Ramírez había intervenido en las tres etapas del movimiento: la génesis, el desarrollo y la ejecución y rechaza la suposición de que el pueblo se había acercado a los cuarteles para invitar al ejército a sublevarse, porque eso habría significado que el ejército no tenía su propia "ideología". El movimiento fue pacientemente preparado por los hombres de armas; "cada jefe u oficial adicto, antes de comprometerse, era conducido a presencia del señor general (Uriburu), por el amigo que le había hablado previamente. En esa ocasión el señor general ratificaba el concepto del movimiento a objeto de que todos y cada uno supieran a qué atenerse antes de adquirir el compromiso formal. Tan es así que algunos, no conformes con cierto aspecto ideológico, renunciaron a acompañarlo en la acción".

Los objetivos perseguidos fueron resumidos por Ramírez así: "Ha llegado el momento de obrar patrióticamente y con firme resolución. No es nuestro propósito primordial derribar un gobierno despótico e incapaz; esa sola acción no nos llevaría a nada práctico; lo necesario, lo fundamental, es cambiar el sistema; debemos evitar la repetición del actual caos gubernativo y suprimir en lo posible el profesionalismo político. tilo requiere modificar ciertos aspectos de la vida política del país; la ley Sáenz Peña, con ser excelente, parece no ser la que mejor se adapte a una población que contiene el cuarenta por ciento de analfabetos. El sistema parlamentario actual no es el más adecuado al progreso o intereses de las fuerzas vivas de la Nación. Nuestro Congreso, subalternizado por la acción preponderante y prepotente de un caudillo sin escrúpulos, se encuentra en plena crisis de trabajo colectivo y de carácter personal". Un poco antes había rechazado el supuesto de que las fuerzas armadas no hubiesen acordado al gobierno provisional "el mandato de reformar la Constitución y la ley electoral". Por eso en su gran mayoría habían estimado conveniente rechazar la cooperación, por el momento, de todo partido político.

Justo y Sarobe lograron alterar a última hora esa posición, más vinculados con la realidad del país y con sus posibilidades inmediatas. El partido radical, aunque momentáneamente desorientado e inactivo, era todavía una fuerza, y el pueblo, en su conjunto, dejó hacer, pero no podía ver en los triunfadores una legitimidad y una representación de los intereses nacionales, y podía esperarse que su pasividad no sería definitiva.

Se habló mucho por entonces y después de la intervención de la Standard Oil, cuyos intereses chocaban con la política petrolífera de Yrigoyen, y Waldo Franck se refirió a esa influencia y al encarcelamiento de los generales Mosconi y Baldrich, que se habían distinguido en la defensa del petróleo nacional. No se hallaron pruebas de intervención directa del capital petrolero americano en los sucesos de septiembre de 1930.

Cuando la conspiración estaba ya decidida y articulada más o menos y se daba por seguro el triunfo, dado el desprestigio del gobierno, atacado por tantos sectores de opinión, Uriburu comisionó a Juan Emiliano Carulla para que visitase a Lisandro de la Torre a fin de que tomase la dirección del movimiento. "Una vez logré dar caza al fugitivo político —escribió Cartilla—, pero me cerró su puerta de la calle Esmeralda para en adelante... Habiéndole invitado a una entrevista con su amigo contestóme con evasivas desapareciendo después de Buenos Aires".

Esa idea de entregarse a Lisandro de la Torre la expresó Uriburu en diversas ocasiones. En el banquete que le organizaron los nacionalistas en el salón "Príncipe George", al que se adhirieron unas 400 personalidades de todos los partidos opositores y de las llamadas fuerzas vivas, en ocasión de su retiro del ejército en 1929, habló Uriburu sobre temas militares. "Lo demás —dijo— será obra de don Lisandro de la Torre; él fijará los rumbos del movimiento que se inicie"... Hay que recordar que Uriburu había sido diputado nacional precisamente por el partido demócrata progresista, y que mantenía una gran amistad con Lisandro de la Torre desde las jornadas del Parque en 1890.