El plebiscito de 1928

Después de haber vencido a la coalición de sus adversarios, los surgidos del propio partido y de las filas del Régimen, algunos de los cuales, por querer hundir al jefe radical, se hundieron a sí mismos para siempre, Hipólito Yrigoyen llega por segunda vez a la presidencia de la Nación a los 76 años, demasiados años para una tarea tan compleja como la correspondiente a un jefe de gobierno en una grave época de transición y de crisis mundial.

Se agregaba a ello su modo de ser, su hábito arraigado de resolver por sí solo, personalmente, todos los problemas de la conducción de su partido, metodo que quiso aplicar a la vasta esfera del gobierno de la nación.

Algunos de sus íntimos parece que habían descubiertó principios de declinación en la vigorosa personalidad -del jefe indiscutido, a pesar de la lucidez que solía revelar y de su apariencia física; pero nadie se atrevió a sugerirle ni aconsejarle el retiro bien merecido. 

Ernesto Palacio dice en su Historia argentina: "No dejaba de ser un factor de inquietud, aun entre sus mismos partidarios, la edad avanzada del presidente, que se suponía pudiese haber debilitado sus facultades mentales o su capacidad de acción. Pronto hubo de verse que no se trataba de un temor infundado. La indecisión orgánica de Yrigoyen se había agravado con los años, así como su afán absorbente de resolverlo todo por sí mismo, lo que se traducía en parálisis administrativa y en postergación de los problemas pendientes, que eran múltiples y graves"

Roberto Etchepareborda juzgó así el hecho: "Quizás el más grave error del anciano caudillo haya sido el aceptar ser reelegido, dada su avanzada edad. Pero, en rigor, la situación nacional reclamaba para la presidencia de la República un radical yrigoyenista, y el único indicado era el propio Yrigoyen; reemplazarlo por cualquiera de los que en torno a él aspiraban a la presidencia, habría sido facilitar el triunfo de las derechas; a la 'fórmula de la victoria' sólo podía vencerla el propio Yrigoyen. Su grave falta quizás haya residido en no haber querido, o no haber sabido, formar un sucesor, de sus propios quilates".

Jamás presidente argentino había llegado al mando hasta allí con un poder moral tan grande y con la adhesión ciega "de un pueblo que veía en él a un salvador, casi a un semidiós. A la distancia es posible concluir que la vuelta a la segunda presidencia fue un error de Yrigoyen y un error de sus admiradores. Pero la historia no vuelve atrás para enmendar los yerros cometidos y continua con lógica o falta de lógica, sus ensayos, sus aciertos y sus desaciertos. Ni amigos ni adversarios pueden dar vuelta a la hoja sin tener presente casi medio siglo de militancia política y de gravitación personal de Yrigoyen y de su partido y la influencia que ha tenido en tontos destinos individuales y colectivos. Yrigoyen y el radicalismo yrigoyenista llenan una larga época de la historia argentina. Hay algo de verdad en la interpretación de Carlos Ibarguren: "La victoria comicial obtenida por la agrupación personalista debióse a inmensa cantidad de votos emitidos, más que por adhesión a Yrigoyen, en contra del 'frente único' o coalición de antipersonalistas y conservadores, a la que la masa popular y la clase media veían como un peligro de reacción aristocrática y oligárquica. Así, la ciudadanía en aquel momento se pronunció no tanto por fidelidad al caudillo radical, sino para evitar el retorno del 'régimen', cuya aparición se creía ver en lo que se llamó el 'contubernio' de conservadores con la fracción de los radicales oponentes al personalismo".


La situación mundial contenía ya gérmenes de cambios profundos en todo, en la vida de los pueblos, en las instituciones, en las ideologías. En octubre de 1917 había iniciado Rusia su revolución bajo el estandarte de la dictadura del proletariado; Primo de Rivera había instaurado en España en 1923 una dictadura que quiso ser una especie de contrarrevolución preventiva; Benito Mussolini había llegado al poder total respaldado por sus huestes de camisas negras; en Alemania no tardó la República de Weimar en ser objeto de la oposición de numerosos descontentos. Nada de eso escapaba a la simpatía o antipatía, a la adhesión o al repudio de sectores de opinión en la vida del país, y aunque minoritarios en los primeros momentos, en algunos casos, favorecidos por las circunstancias, alentaron la ambición de aventuras similares.

Informe del embajador

El embajador norteamericano Robert Woods Bliss informa a su gobierno antes de las elecciones del 19 de abril: "Aunque muchos argentinos me han expresado las opiniones más pesimistas, he encontrado que cierto número de conservadores razonables y patriotas, piensan como lo hace el Dr. Larreta, que el país se verá menos perjudicado , bajo el señor Yrigoyen que si fuesen electos los doctor Melo y Gallo. Estas personas opinan que será imposible conciliar por mucho tiempo los intereses encontrados de los partidos que se han combinado temporariamente para apoyar la candidatura del Frente único".

Y poco después de abril, el 14 de mayo, escribió: "El éxito decisivo, tan inesperado, del señor Yrigoyen me permite presentar un interesante ejemplo de la influencia de su nombre sobre las masas. Sus oponentes habían presentado a los votantes una plataforma y un programa. . y sin embargo, han sido derrotados abrumadoramente por un hombre que no ha hecho una sola declaración pública sobre sus intenciones o planes"... Y ofreció esta explicación de lo ocurrido: "El secreto de su éxito no parece residir en la unión contra natura de los conservadores y antipersonalistas, sino en la fe ciega del trabajador, que lo cree el campeón de las masas, que les dará salarios más alto y mejores condiciones de vida".

Ya antes del 1º de abril hubo intención de impedir el triunfo del yrigoyenismo por parte de dirigentes militares de prestigio y de núcleos civiles a quienes aterraba la posibilidad de ser desalojados del poder; pero la euforia popular aplastante impuso a los impacientes un compás de espera.

Y mientras el presidente procuraba desmontar el aparato político hostil en las provincias, dedicando a esa tarea una atención primordial, se fue expandiendo la ola de la gran crisis mundial de 1929, de la que no habría de salvarse tampoco la Argentina, cuya prosperidad dependía de las exportaciones abundantes de granos y carnes.

 Yrigoyen disponía de una Cámara de diputados con mayoría total de partidarios, 91 bancas, mientras la oposición era integrada por 36 conservadores de diversos partidos, 15 radicales antipersonalistas, apoyados por 4 lencinistas y 2 bloquistas sanjuaninos, 4 socialistas y 6 socialistas independientes; en total 67 diputados opositores. En cambio los radicales yrigoyenistas seguían siendo minoría en el Senado, 7 senadores contra 9 de los conservadores, 9 de los antipersonalistas y 1 socialista.