Gobierno de Martín Rodriguez

Después de la crisis y el caos de 1820, el gobierno de Martín Rodríguez, hasta 1824, señala un período de relativa tranquilidad y un esfuerzo tesonero de ordenamiento legal e institucional, con notable florecimiento de ideas, de instituciones y de esperanzas que hacían prever un nuevo cauce político, económico y social. 



Apoyo de Rosas

El brote vigoroso de la idea de la federación sufrió un nuevo obscurecimiento. El 26 de setiembre de 1820, el general Martín Rodríguez fue designado por la Junta de representantes, gobernador interino por influencia o sugestión de Juan Manuel de Rosas, comandante de las milicias de campaña. 

Sofocado el movimiento de rebelión de los directorales y unitarios con los auspicios del Cabildo, gracias a la intervención de Rosas y de sus Colorados de Monte, la Junta otorgó a Ro-dríguez, el 6 de octubre, como se ha dicho, el pleno de facultades para atender a la salud del pueblo.

El gabinete de Martín Rodriguez

La Junta de Representantes nombró a Martín Rodríguez gobernador de la provincia de Buenos Aires para evitar de ese modo una nueva guerra con Estanislao López. Cinco días después de asumir su cargo, el 1 de octubre, las tropas de la guarnición del coronel Pegola se amotinaron. Su objetivo era convocar a un cabildo abierto para elegir otro mandatario.

Época de Progresismo

El gobierno de Rodríguez se entregó al amparo y estímulo de todas las actividades lícitas y progresivas; no sólo desde que fueron incorporados al gobierno Manuel José García y Bernardino Rivadavia, sino desde el comienzo, cuando era ministro Juan Manuel de Luca, aunque la labor y la energía de Rivadavia descolló sobre los demás.

La Junta de representantes decidió separar las secretarías de gobierno y hacienda; Rivadavia fue llevado a la primera con la de las relaciones exteriores; Manuel J. García a la segunda.

Después de la Revolución de Mayo no pudo encontrarse un período de calma suficiente para salir del terreno de las improvisaciones y los tanteos; las contingencias exteriores e interiores no permitían una obra de gobierno para otros fines que para la guerra en los diversos frentes y para refrenar la contrarrevolución en el interior, en Buenos Aires, en Montevideo, en el Alto Perú. No existía el estado de ánimo ni la posibilidad material para una obra constructiva; además, vacilaban muchos ante la presión de la amenaza exterior y se buscó, en la instalación de una monarquía, una salida frente al desastre amenazante; contra esa inclinación de la minoría culta irrumpieron los caudillos con su bandera federal y popular, desconociendo la constitución de 1819. 

En respuesta a la disociación de 1820, Martín Rodríguez encabeza desde el gobierno de la provincia de Buenos Aires líneas de desarrollo en lo político, en lo eclesiástico, en lo económico-financiero, en lo militar, en lo diplomático, en lo educacional, en lo jurídico y social. Fue un ensayo de organización en un estado general inorgánico y fragmentario.

Desde 1821 a 1827 hubo tres gobiernos fecundos: el de Martín Rodríguez, el de Las Heras y el de Rivadavia, el primero un financista de jerarquía en Manuel J. García.


Bernardino Rivadavia

Bernardino Rivadavia fue convocado por el nuevo gobernador de la provincia de Buenos Aires, el general Martín Rodríguez, quien lo nombró en el cargo de ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores el 19 de julio de 1821. Dejando en un segundo plano a sus compañeros de gabinete, Manuel José García y Francisco Fernández de la Cruz, e incluso al propio gobernador, Rivadavia llevó adelante casi todas las decisiones políticas del gobierno de Rodríguez. Las políticas de gobierno que emprendió se las conoce con el nombre de reformas rivadavianas.

Diferencias dentro del gobierno

Ya hacia 1823 comenzó a manifestarse, hasta en el seno del mismo gobierno y en los núcleos de opinión que acompañaban a Martín Rodríguez, dos tendencias: unos querían continuar con el mismo régimen autonómico, que aislaba la provincia de Buenos Aires de las demás Provincias Unidas; los otros opinaban que debía procederse a la organización inmediata del país; Rivadavia figuraba como cabeza en esta última tendencia; Manuel J. García se mostraba indeciso en ese punto. 

Los primeros engrosaban sus filas con los descontentos del gobierno, con los desterrados orientales que querían arrastrar a las Provincias Unidas a una guerra con el Brasil, con personalidades cultas del interior que no podían menos de sentirse incómodas ante el predominio de los caudillos provinciales y locales. Triunfó la corriente organizadora, nacionalista. Se convocó un congreso en diciembre de 1824 y se confirió al gobernador de Buenos Aires el ejercicio de las atribuciones de un poder ejecutivo nacional para el manejo de las relaciones internacionales.