Cristóbal Colón
El descubrimiento del Nuevo Mundo

Introducción
Orígenes
Interés científico
Cronología
Viaje a Portugal
Capitulación Santa Fe
Negociaciones
Viajes
 
 
Los preparativos del viaje

Entre los documentos expedidos por los Reyes Católicos el 30 de abril de 1492 podemos destacar una provisión dirigida a los vecinos de Palos de la Frontera, que les ordenaba servir con dos carabelas durante doce meses, en virtud de unas penas impuestas con autoridad.

El costo de la expedición fue estimado en 2.000.000 de maravedís, más el sueldo de Colón. En contra de la idea popular de que fue sufragado por «las joyas de Isabel la Católica, hemos de aclarar que la mitad de dicho dinero lo prestó el ya citado Luis de Santángel con fondos de la Santa Hermandad, la cuarta parte la aportó el mismo Colón -que a su vez los pidió prestados-, y la cantidad restante probablemente la derramaron banqueros y mercaderes italianos residentes en Andalucía.

La provisión del 30 de abril de 1492 fue leída el 23 de mayo de dicho año en la iglesia de San Jorge, en Palos, en lo que podemos considerar el principio de la cuenta atrás de la partida de la expedición.

Asimismo, Colón comunicó las órdenes reales que traía para las otras autoridades de los demás puertos del Atlántico andaluz, conminándoles a que le auxiliasen en cuanto fuera menester.

De todas formas, ni los hombres de Palos de la Frontera, ni los de los demás puertos se mostraron dispuestos a prestarle su colaboración. ¿Por qué? Por dos motivos, fundamentalmente. Por el objetivo indeterminado del viaje y, sobre todo, por el hecho de que Colón fuese desconocido para los marineros de la zona, lo que hacía que no confiasen en absoluto en él.

En estas condiciones, resultó fundamental la ayuda que le prestaron los hermanos Pinzón, cuya amistad le procuraron los monjes de La Rábida. Los Pinzón eran marinos que habían ganado grandes riquezas y prestigio como comerciantes de salazones -desde los mares del norte hasta Italia-, como corsarios e, incluso, por haber participado en las recientes guerras contra Portugal. Colón también contó con la ayuda de los Niño y de los Quintero.

Martín Alonso Pinzón tuvo una intervención tan decisiva tanto en la recluta de hombres como en la de barcos que Colón le prometió que partiría con él las ganancias de la expedición.

Si bien Colón mandó embargar unos barcos en Moguer, no los debió utilizar. Al parecer, fue Martín Alonso Pinzón quien contrató los barcos definitivos, pues él conocía bien las condiciones de los navíos de la región, y hasta es posible que los hubiera tenido a su servicio.

Como es conocido, la expedición partió con tres barcos, dos carabelas y una nao, sí, una nao (una flota de configuración similar a la utilizada por Bartolome Dias en 1487-1488).

La nao era La Gallega, rebautizada como la Santa María, propiedad de Juan de la Cosa, natural de Santoña, pero vecino del Puerto de Santa María.

La carabela de menor tonelaje era la Santa Clara, rebautizada como La Niña, propiedad de Juan Niño, vecino de Moguer, y la pagaron los vecinos de Palos.

La Pinta era de Cristóbal Quintero, vecino de Palos, y probablemente fue requisada, pues sabemos que su dueño iba en el viaje «de mala voluntad».

Sobre las características técnicas de estos barcos, hemos de decir que hay estimaciones bastante divergentes, entre otras razones, porque a veces es difícil señalar las equivalencias entre las medidas antiguas y las actuales.

La Santa María tenía una eslora de 29 metros, tres palos, velamen redondo y un tonelaje que Morrison estimó en más de 100 tm. de arqueo -capacidad de carga de 100 toneles-, y que, en cambio, Molinari afirmó que era de 325 tm. Fue comandada directamente por Colón, su contramaestre fue Juan de la Cosa y los pilotos Sancho Luis de Gama y Bartolomé Roldán.

La Pinta tenía una eslora de 22 metros, tres palos, velamen redondo y la mitad de tonelaje que la Santa María, aproximadamente. Fue capitaneada por Martín Alonso Pinzón, el contramaestre fue su hermano Francisco Martín Pinzón y el piloto, Cristóbal García Sarmiento.

La Niña tenía una eslora de 24 metros, desplazaba un tonelaje algo menor que el de La Pinta. Tenía tres palos con velas latinas, pero fueron cambiadas en la escala de Canarias por otras redondas. Fue mandada por Vicente Yáñez Pinzón, su contramaestre fue Juan Niño y el piloto, quizá, Pero Alonso Niño.

En total, según las informaciones de Alicia Gould, partieron 87 tripulantes, cuya identificación es segura, y otros 9 marinos sobre los que se tienen dudas. No obstante, otros investigadores han elevado la cifra de expedicionarios hasta 120 hombres.

En su mayor parte, los tripulantes eran andaluces, de Palos y localidades vecinas, aunque había algunos vascos y hombres de otras procedencias. También resulta destacable que viajaron cuatro penados -un homicida y tres acusados de cohecho- porque su existencia, y con una generalización abusiva, ha hecho que algunos estudiosos digan que España, desde el primer viaje, envió a América a individuos marginales de su sociedad. Asimismo, podemos reseñar que la expedición contó con un médico, un cirujano, un escribano, un intérprete que conocía el árabe y el hebreo; y que, en cambio, no se embarcó ningún sacerdote, lo que ha dado lugar a toda una serie de disquisiciones sobre los objetivos del viaje y la mentalidad de Colón.

Venturas y desventuras del viaje

Del primer viaje de Colón nos ha llegado un documento excepcional, el Diario que redactó el propio descubridor, gracias al resumen del mismo que realizó fray Bartolomé de las Casas. Las Casas recogió todo lo esencial y los detalles que le parecieron de interés, reproduciendo literalmente un número muy considerable de párrafos, tal como se cuida de consignar. Pese a que la copia que utilizó el regular tenía una letra en ocasiones confusa, la rigurosidad de su trabajo, junto a otros indicios, nos permite confiar en su exactitud. Además, el transcriptor utilizó el Diario en su Historia de las Indias, lo que nos ha permitido complementar su resumen, así como los datos ofrecidos por la menos fiable versión del hijo de Cristóbal, Fernando Colón.

La expedición partió de Palos el 3 de agosto de 1492. Tras oír misa, los tripulantes se trasladaron en botes a las naves, que estaban ancladas en la barra de Saltés, frente a la Punta del Sebo.

Los primeros augurios no fueron demasiado positivos, porque apenas tres días después se desencajó el timón de La Pinta, quizá de forma intencionada. Ello obligó a la expedición a detenerse en las Canarias, islas a las que llegaron el 9 de agosto. Las reparaciones duraron casi un mes. Durante dicho lapso, tal como ya hemos indicado, se procedió al cambio del velamen de La Niña.

Por fin, el jueves 6 de septiembre los expedicionarios partieron desde La Gomera hacia lo desconocido, aunque una calma les obligó a permanecer dos días prácticamente parados frente a las islas.

El 9 de septiembre, favorecidos por los alisios, pusieron proa hacia el oeste, perseguidos por el rumor de que una flotilla portuguesa de tres carabelas los estaba buscando. El día 17 arribaron a los Sargazos, lo que alimentó las expectativas por llegar pronto a tierra. La frustración de esta esperanza hizo surgir la inquietud entre los tripulantes. Paradójicamente, el desasosiego derivaba también de la regularidad y la fuerza del viento de popa, pues ello les hizo temer no poder hallar vientos favorables para el viaje de regreso. Por ello, Colón, tal como escribió en su Diario, celebró durante la travesía la existencia esporádica de vientos contrarios. Asimismo, para tranquilizar a sus marineros, tomó una segunda precaución: con relativa frecuencia se preocupó por comunicar de manera oficial a los tripulantes estimaciones de distancias navegadas menores a las reales, anotando las verdaderas en secreto.

Pese a ello, a partir del 25 de septiembre crecieron considerablemente las murmuraciones. Y el 6 de octubre estalló un motín que únicamente pudo ser dominado cuando Martín Alonso Pinzón impuso su firmeza. La inestabilidad volvió a resurgir, no obstante, cuatro días después, el 10 de octubre. Pero para entonces, Colón ya había tomado una decisión, que fue fundamental.

El mismo día de la revuelta, el citado Martín Alonso Pinzón propuso cambiar el rumbo, pero Colón se negó. Sin embargo, el día siguiente vio algunas bandadas de pájaros y optó por dirigirse hacia el sudoeste. Y acertó plenamente, pues de no haber variado la ruta, la flota habría ido a parar, bien a la península de Florida (con mucha suerte), o bien al centro mismo del Atlántico, ya que con toda probabilidad la corriente del Golfo les habría desviado de cualquier destino continental.

Después de muchas causalidades, por fin, la noche del 11 al 12 de octubre Colón afirmó haber visto una luz en la lejanía, por lo que ordenó a la tripulación que redoblase su vigilancia e incrementó los premios para el primero que avistase tierra. Y a las dos de la madrugada, Juan Rodríguez Bermejo, conocido como Rodrigo de Triana, dio la voz de «tierra»: una isla coralina del archipiélago de las Bahamas, que bautizó con el nombre de San Salvador.

Antes de seguir adelante, hagamos un balance de la travesía.

Si descontamos los dos días de calma que estuvieron frente a las Canarias, hay que hablar de 34 días de navegación por mares desconocidos. Una navegación puramente a la estima, intuitiva, pues Colón calculó las distancias navegadas a ojo (todavía no existía la corredera). El descubridor siguió el paralelo 28º N -el de La Gomera- por las expresas órdenes de evitar la infracción del tratado con Portugal. Un ruta tan acertada que fue la que siguieron prácticamente todos los convoyes que se dirigieron al Nuevo Mundo en los siglos posteriores. Si acaso, un rumbo algo más meridional, pues la línea apuntada se halla en el límite entre los alisios y las calmas. En el segundo viaje y en las travesías posteriores, los navegantes buscaron la fuerza del alisio del noreste un poco más al sur, partiendo de los 28 º N de La Gomera para trazar un gran arco que llevaba a los 13 ó 14 º N, en las Pequeñas Antillas.

Hemos de decir, asimismo, que el viaje fue relativamente rápido, a una velocidad comparable a la que lograron los convoyes de los siglos XVI y XVII, lo que ha dado lugar a todo tipo de comentarios, alimentando las suposiciones de que Colón conocía lo que estaba haciendo.

Sea como fuere, al despertar el alba el 12 de octubre, Colón creyó ver el extremo oriental de las tierras descritas por Marco Polo, sin tomar conciencia, como quizá nunca la tomó, de que estaban ante unas costas nunca antes avistadas por europeos.

La idea de un viaje entre Europa y Asia, atravesando el Atlántico, fue una hipótesis manejada ya por los sabios clásicos. Aristóteles, por ejemplo, escribió, después de demostrar la esfericidad de la Tierra, que se podía navegar de las Columnas de Hércules a las tierras del Extremo Oriente en pocos días. Y Séneca hizo alusión en repetidas ocasiones a dicha posibilidad. Por ejemplo, en Medea escribió unas líneas ciertamente proféticas: «Llegará el momento en que las cadenas del Océano caigan a un lado y un vasto continente sea revelado, en que un piloto descubra nuevos mundos y Tule deje de ser el último extremo de la Tierra». Y en la misma línea, también dejó escrito: «En realidad, ¿qué distancia hay entre las playas extremas de Hispania y las de la India? Poquísimos días de navegación, si sopla para la nave un viento propicio».

Efectivamente, la idea de encontrar las Indias atravesando el Atlántico no era nueva. Fue manifestada tanto en la época clásica como en vísperas del proyecto colombino. Pero el problema en ambos momentos fue el mismo: que alguien quisiese y lograse llevarla a la práctica. Es decir, «los más osados admitían que el viaje a China, rumbo al oeste, podía hacerse, y unos cuantos opinaban que debía hacerse; pero nadie cuidó de intentarlo, hasta que el joven genovés Cristoforo Colombo comenzó a importunar a la gente para que financiara el proyecto».

Pues bien, como decíamos, esa mañana del 12 de octubre de 1492 Colón llevó a la praxis la travesía del Atlántico. El presuntamente genovés, Martín Alonso Pinzón, Vicente Yáñez y el escribano desembarcaron en San Salvador.

Tras esta primera toma de contacto con las tierras del Nuevo Mundo, la expedición se dedicó a explorar la zona. Y a partir del día 14 descubrió cuatro nuevas islas que Colón bautizó con nombres religiosa y políticamente correctos: Santa María de la Concepción (actualmente Cayo Rum), la Fernandina (Long), Isabela (Crooked) y Juana (Cuba).

Según afirma Morrison, Colón actuó con rectitud lógica y teológica a la hora de las designaciones. La primera isla recibió el nombre de Cristo; la segunda, el nombre de la madre de Dios en el misterio franciscano de la Inmaculada Concepción; y después fueron honrados el rey Fernando, la reina Isabel y el príncipe heredero Juan.

No vamos a seguir el periplo de las escalas de Colón, descubriendo un «Nuevo Mundo» en busca del oro que por doquier lucían los indígenas en pequeños adornos. Únicamente diremos que Colón acabó llegando a Cuba, isla que en un primer momento identificó con la ansiada Cipango. Exploró la costa occidental y envió desde allí una delegación que debía entrevistarse con el Gran Khan, pero que no encontró más que a un cacique local cuya riqueza no satisfizo las expectativas de los españoles. Dicha embajada sí se llevó una gran sorpresa ya que por primera vez los europeos vieron a los indígenas fumar tabaco.

En esos momentos las desavenencias entre Colón y Martín Alonso Pinzón llegaron a su punto culminante. Y el 21 de noviembre este último decidió separarse de aquél, aprovechando las mejores condiciones marineras de La Pinta en comparación con las de la Santa María. Y comenzaron a buscar cada uno por su cuenta los orígenes de ese oro del que habían encontrado indicios tan abundantes como imprecisos.

Primero Martín Alonso Pinzón, y poco después el propio Colón arribaron a Haití, a la que éste bautizó como La Española. En ella encontraron mayores indicios de oro y algunos caciques con un ceremonial más desarrollado.

Sin embargo, los planes de Colón se vieron profundamente alterados de la noche a la mañana del día de Navidad, por un lamentable accidente. Una falta de atención del piloto de la Santa María propició que la nao encallase y fuese imposible recuperarla. Los expedicionarios pudieron salvar el cargamento y los materiales de la embarcación. No obstante, como en La Niña no había espacio para los tripulantes de la nao, Colón hubo de tomar una importante decisión: fundó la primera colonia en tierras del Nuevo Mundo, el Fuerte de Navidad, donde quedaron 39 hombres al mando de Diego de Arana.

El 4 de enero de 1493, Colón decidió emprender el viaje de regreso. Dos días después se reencontró con La Pinta, y ambos bandos decidieron unirse de nuevo. Y aunque recibieron noticias de la existencia de nuevas islas y de que a diez días de navegación en canoa desde Jamaica había tierra firme, el marino supuestamente genovés persistió en su intención de volver al Viejo Mundo.

Y así, el 16 de enero la expedición emprendió la travesía de vuelta. El regreso fue más difícil que la ida, pero Colón demostró sus expertas cualidades marineras al llevar sus barcos al Mar del Te, en busca de los vientos del oeste, cuya existencia quizá conociera durante su estancia en Portugal o, simplemente, según afirma Morrison, descubriese por causalidad. Fuera como fuese, lo cierto es que Colón acertó tomando la mejor ruta de vuelta.

El 12 de febrero las carabelas habían alcanzado el suroeste de las Azores (aunque desconocían su posición). Entonces, les sobrevino una tremenda tormenta, que capearon con grandísima dificultad y que dos días más tarde provocó que se separaran. La situación debió ser tan desesperada que muchos de los tripulantes, temiendo un fatal desenlace, llegaron a realizar votos de peregrinación si lograban salvarse.

El 18 de febrero, La Niña ancló en la isla de Santa María, en las Azores, lo que propició una serie de problemas con las autoridades locales, que apresaron a algunos hombres. Superadas estas adversidades, Colón hubo de enfrentarse de nuevo con seis días de tempestad y acabó llegando el 4 de marzo a las cercanías de la Roca de Cintra, frente a Lisboa, ciudad en la que finalmente se vio obligado a entrar.

Allí, se entrevistó con Juan II quien, con amenazas y promesas, trató de beneficiarse del descubrimiento. Pero Colón logró superar las presiones del soberano luso, aduciendo su condición de Almirante de Castilla y demostrando que su viaje no había tenido como lugar de destino Guinea, sino que venía del oeste, de las Indias. «Parecía a todos que había ganado la carrera hacia el objetivo tan ambicionado por Portugal».

Por fin, el 15 de marzo entró en Palos, 32 semanas después de su partida, pocas horas antes de que lo hiciese Martín Alonso Pinzón con La Pinta.

El éxito del viaje fue conocido de inmediato a todos los niveles. Colón fue a dar cuenta de él a los Reyes Católicos en Barcelona, a finales de abril. Isabel y Fernando le confirmaron todos los privilegios admitidos en las Capitulaciones de Santa Fe.

La nueva del viaje se extendió por toda Europa gracias a la impresión de una carta de Colón que lo resumía. Dicho escrito fue reeditado once veces en pocos meses.

La nave Santa María
 
 
 
 
Primer viaje de Colón
 
 
 
Itinerario del viaje
 
avistaje de tierra
 
 
Islas descubiertas por Colón
 
 
 
 
 

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