Cristóbal Colón
El descubrimiento del Nuevo Mundo

Introducción
Orígenes
Interés científico
Cronología
Viaje a Portugal
Capitulación Santa Fe
Negociaciones
Viajes
 
 
Su Estancia en Portugal
En 1476, Colón llegó a Portugal, al parecer, de una forma rocambolesca: como superviviente del naufragio en un combate naval entre mercantes y corsarios.

Durante nueve años, hasta 1485, Colón residió en Portugal, donde actuó como agente de la casa Centurione en Madeira y realizó frecuentes viajes, tanto a Génova como a otros destinos que interesan para establecer un juicio sobre sus conocimientos marineros y sobre las fuentes de información en las que «bebió»:

-Sabemos que viajó a Inglaterra; al oeste de Irlanda, donde él mismo dijo que vio a un hombre y a una mujer que habían llegado de Catay por el oeste, cruzando el Atlántico; y quizá llegase hasta Islandia, lo que ha servido para plantear si pudo conocer alguna noticia acerca de los viajes de los vikingos a través del Atlántico Norte.

-También frecuentó las rutas portuguesas por la costa occidental de África, visitando San Jorge de Mina, la gran factoría portuguesa en Guinea. Y quizá conociese las Islas Canarias. Ello quiere decir que conocía la Volta da Mina y, por lo tanto, la circulación de los alisios en el Atlántico.

-Por último, ya casado, vivió en la isla de Porto Santo y en Madera, y quizá viajó también hasta las Azores. Es decir, podemos suponer que conocía bastante bien lo que se ha dado en llamar el «Mediterráneo Atlántico»: el espacio entre los tres archipiélagos de la Macaronesia e incluso más allá.

Asimismo, de su estancia en Portugal hemos de destacar un hecho al que ya hemos aludido: su matrimonio en 1480. Obviamente no vamos a entrar en valoraciones personales, pero de ese matrimonio cabe destacar dos aspectos:

-La mujer con la que contrajo matrimonio, Dª. Felipa Monis de Perestrello, pertenecía a la clase alta del Portugal de fines del siglo XV. Presumiblemente, sus relaciones personales abrieron a Colón muchas vías para la maduración de su proyecto y, entre ellas, los investigadores sugieren contactos con la Orden de Cristo, que le habrían proporcionado influencias considerables.

Por otro lado, el suegro de Colón, al que no llegó a conocer por morir antes del matrimonio, tuvo una participación muy directa en la colonización de las islas atlánticas. Distintos autores apuntan que fue fundamental para Colón el hecho de poder consultar la documentación acumulada por el padre de Dª. Felipa: mapas, noticias de viajeros y, sobre todo, nuevas referidas a restos recogidos en alta mar, presumiblemente arrastrados por las corrientes marinas desde tierras situadas al oeste de las islas hasta entonces conocidas.

Y en Portugal, en el contexto de una sociedad volcada en la exploración del Atlántico, con el objetivo último de sortear el continente africano para llegar a la lejana Tierra de las Especias, es donde Colón, sin duda, concibió y maduró el proyecto de llegar a las maravillas del Extremo Oriente que describió Marco Polo, pero por una ruta radicalmente distinta: por el oeste, a través del Atlántico.

En la elaboración de ese proyecto se conjugaron múltiples factores. Aparte del aliciente que Colón pudiese encontrar en un Portugal volcado sobre el Atlántico, los distintos autores han barajado toda una serie de influencias decisivas:

-Las mencionadas relaciones que le pudo abrir su matrimonio y la posible documentación de su suegro.

-El mito de las islas atlánticas (San Barandiarán, Antilia, la Isla de las Siete Ciudades) que ya había originado varias expediciones en su búsqueda. Aunque no se pueda decir, como hace Vignaud, que Colón lo que buscaba exclusivamente era una de esas islas; creemos que la confianza en su existencia, y en la consecuente posibilidad de realizar escalas en ellas, sí pudo influir sobre el descubridor.

-La influencia de su hermano Bartolomé, que, aunque sea olvidada a menudo por la historiografía, tuvo un peso considerable. Sobre Bartolomé Colón se conoce muy poco; únicamente que acabó residiendo en Portugal junto a Colón y que fue su eficaz colaborador en todo momento. Bartolomé se ganaba la vida elaborando mapas y esferas y era muy perito tanto en cosmografía como en navegación.

Asimismo, debemos referirnos a un tema muy controvertido como es la formación de Colón. Por los breves apuntes biográficos esbozados podemos deducir que en cuestiones científicas era prácticamente autodidacto, pese a que su hijo Fernando escribiese que había cursado estudios en la Universidad de Pavía (algo que nadie más menciona). El mismo Cristóbal Colón reconocía esa formación autodidacta -nacida de la práctica y del trato con «gente sabia»- en una carta a los Reyes Católicos, al decir que «en la marinería [Dios] me hizo abundoso, de astrología me dio lo que bastaba, y así de geometría y de aritmética».

La historiografía tradicional ha venido manteniendo que las ideas de Colón se asentaban sobre tres bases teóricas y científicas que integraron las premisas esenciales de su proyecto. Las tres fueron elaboradas en el mundo clásico y, a través de Ptolomeo, se proyectaron con absoluta vigencia dogmática hasta el Renacimiento:

-La esfericidad de la Tierra.

-La unicidad del océano y la subsiguiente posibilidad de atravesarlo navegando hacia occidente.

-Y las dimensiones atribuidas al globo y al grado del círculo terrestre.

Los conocimientos de Colón sobre tales cuestiones no eran debidos a un estudio sistemático de ellas, sino de segunda mano y producto de una vinculación directa a lecturas improvisadas, de tal manera que cuando inició su primer viaje, en su cabeza se agitaban una mezcla de error y verdad.

Las lecturas que posiblemente influyeron de forma más directa en sus planteamientos fueron tres. De todas ellas contamos con ejemplares en la biblioteca colombina y con múltiples anotaciones marginales (2.125 entre las tres obras) que evidencian una lectura atenta, aunque se discuta su significación.

-Il Milione, dictado por Marco Polo, en una edición de 1485. En esta obra, Cristóbal Colón sin duda encontró las referencias geográficas a ese Extremo Oriente en el que pretendía desembarcar tras la travesía del Atlántico, y con ellas esas noticias de las riquezas de los imperios asiáticos con los que tanto deseaban conectar los europeos de la época.

-Historia rerum ubique gestarum, de Eneas Silvius Piccolomini -que después sería Pío II-, editado en Venecia en 1477.

-Imago Mundi, de Petrus Alliacus, publicado en Lovaina en 1480-1483.

Estas dos últimas obras, sobre todo la de Alliacus, compendian los saberes geográficos de los humanistas del siglo XV, en los cuales estaban recogidas las aportaciones de Ptolomeo, Aristóteles, Plinio y demás tratadistas del mundo clásico.

Ahora bien, si Colón presentó su proyecto al rey de Portugal entre 1483 y 1485, no podía haber leído todavía Il Milione conservado de su biblioteca (recordemos que era de 1485) y ésta parece ser su primera lectura a tenor de las anotaciones marginales; por otro lado, tampoco es creíble que hubiese podido leer el Imago Mundi. De hecho, algunos autores sugieren que estas obras sirvieron para mejorar con posterioridad sus planteamientos, al dotarlos de la erudición necesaria, mientras que Juan Gil y Consuelo Varela van más lejos al afirmar que los libros los adquirió -y, por tanto, anotó- después de 1496, al calor de las polémicas suscitadas a raíz de sus viajes.

En estas condiciones, surge de inmediato la cuestión de en quién se basó Colón para establecer la posibilidad de llegar a Asia a través del Atlántico. Su hijo Fernando escribió que las causas que movieron al Almirante al descubrimiento de las Indias fueron tres, a saber: «fundamentos naturales, la autoridad de los escritores y los indicios de los navegantes». Pero quiénes fueron esos autores, una vez cuestionados los de las obras conservadas de su biblioteca. Actualmente, la historiografía especializada tiende a concederle un protagonismo decisivo al florentino Paolo del Pozzo Toscanelli (1397-1482), uno de esos sabios del Renacimiento con prestigio en Medicina, Astronomía, Geografía y otros saberes.

Hay distintas versiones sobre cómo se produjo el contacto entre ambos, pero lo cierto es que Toscanelli envió un informe a Alfonso V de Portugal con una carta -de la que nos han llegado copias discutidas- y un mapa -que se ha podido reconstruir a partir del globo terráqueo dibujado en 1492 por Martín Behaim, uno de los más fieles seguidores del humanista florentino.

Toscanelli hablaba de la viabilidad de una navegación hacia la China por el oeste; un trayecto que se vería aún más facilitado porque podrían realizarse escalas en la mítica isla de Antilia y en Cipango (Japón). Colón conoció esta documentación -pues reprodujo algunas expresiones de forma casi literal-, bien porque se la remitiese el propio Toscanelli, porque la consiguiese en la corte lusitana aprovechando sus contactos, o incluso por conductos menos confesables. El conocimiento de este informe confirmó intuiciones de Colón o le abrió los ojos hasta hacer suyo ese proyecto, quizá modificándolo para hacer aún más fácil el viaje.

Pero estos planteamientos, fueran de Colón o Toscanelli, contenían importantes errores que, en último extremo, fueron los que impulsaron el proyecto y permitieron un éxito en modo alguno esperado. Con razón decía Ranke que estamos ante «el más fecundo error de todos los tiempos», pues si Colón no hubiese encontrado el Nuevo Mundo, él y todos los tripulantes de la expedición hubiesen pasado a engrosar la nutrida nómina de navegantes desaparecidos en el océano.

¿Cuáles fueron esos errores? Esencialmente dos: la incorrecta estimación de la circunferencia terrestre y la aún más incorrecta estimación del volumen de las tierras emergidas conocidas hasta ese momento.

Sin entrar en demasiados detalles, parece que la circunferencia de la Tierra fue calculada con precisión por distintos geógrafos griegos y árabes, pero Toscanelli o Colón calcularon con millas italianas las estimaciones de los árabes, de forma que redujeron en un 25 % la circunferencia terrestre hasta dejarla en unos 30.000 kilómetros.

El segundo aspecto en cuestión era la estimación de la masa continental emergida. Ptolomeo afirmó que cubría 180º, mientras que para Marino de Tiro era de 225º, a lo cual se añadieron otros 28º a partir de la descripción de Marco Polo y 30º más que sería la distancia entre Japón y China. Quedaba así un océano de 77º, y contando con las Canarias y otras posibles escalas el viaje sería factible, pues entre las Canarias y Cipango la distancia era de 4.450 kilómetros y de 6.575 kilómetros hasta Catay, cuando en realidad existen, respectivamente, 19.600 y 21.800 kilómetros.

Y hay que hablar de errores porque otros mapas del siglo XV ya mostraban que la distancia a Catay por tierra era la mitad de lo que suponía Colón» y porque ese error en la estimación del grado lo podemos considerar impropio de los navegantes portugueses del momento.

Es un grave error, pero si a esa distancia no se encontraba el codiciado Extremo Oriente lo cierto es que se encontraron unas tierras a las que en un primer momento se quiso identificar con las más lejanas a las que se refirió Marco Polo.

¿Fue realmente una casualidad? Es una pregunta que distintos autores se han estado haciendo continuamente desde fechas inmediatas al propio descubrimiento. Ya en La Española corrió el rumor de que Colón no había arribado a esas tierras por casualidad ni por sus conclusiones científicas, sino que disponía de lo que podemos llamar una información privilegiada. Hay divergencias entre los distintos cronistas que se hacen eco del suceso, pero esencialmente hablan de una nave arrastrada al otro lado del Atlántico por las corrientes y que pudo regresar con grandes dificultades, de forma que quedó un solo superviviente que pudo informar a Colón de la existencia de esas tierras y los rumbos de ida y vuelta.

Fray Bartolomé de Las Casas, por ejemplo, habla del piloto superviviente de esa expedición que llegó a Porto Santo, «el cual, en reconocimiento de la amistad vieja o de aquellas buenas y caritativas obras, viendo que se quería morir [que se iba a morir] descubrió a Cristóbal Colón todo lo que les había acontecido, y diole los rumbos y caminos que habían llevado y traído, y el paraje donde esta isla [se refiere a La Española] dejaba o había hallado, lo cual todo traía por escrito». Otros cronistas abundan en esa hipótesis, y el Inca Garcilaso llega a identificarlo: Alonso Sánchez de Huelva.

Recientemente, esta hipótesis ha sido reivindicada por Juan Manzano a partir de las expresiones contenidas en las Capitulaciones de Santa Fe, la certidumbre de Colón en las rutas a seguir, tanto en el viaje de ida como en el de vuelta, y otros indicadores en cuyo análisis no nos podemos detener; pero está lejos de poder demostrarlo más allá de cualquier duda.

En resumen, la idea del predescubrimiento de América es tan sugestiva como discutible, y tan difícil de demostrar como de refutar. Lo único cierto -y recogemos las frases de fray Bartolomé de Las Casas- es que Colón «tenía certidumbre de que había de descubrir tierras y gentes, como si en ellas personalmente hubiera estado». Y en otro lugar: que «tan cierto iba de descubrir lo que descubrió y de hallar lo que halló, como si dentro de una cámara con su propia llave lo tuviera

Ruta que ideo Colón para llegar a La India
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
globo terráqueo dibujado en 1492 por Martín Behaim
 
 
 
 

¿ Quienes somos?

Condiciones de uso Publicidad Privacidas de la informacion