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Antecedentes
   

El período de las guerras civiles argentinas se extendió desde 1814 hasta 1880. En la primera de esas fechas se registró la aparición del partido federal como opción al centralismo heredado de la administración colonial. En 1880, una vez logrado un acuerdo general en base a la economía liberal y aperturista, la organización federal del gobierno y la Constitución Argentina de 1853, se decidió la federalización de la ciudad de Buenos Aires como capital de la República Argentina.

Habitualmente se menciona la ambición de los caudillos provinciales como principal causa de las guerras civiles. Pero, si bien es posible que algunos hayan tenido la habilidad de conducir masas de soldados a la guerra por el solo interés de su jefe, generalmente el apoyo a un líder debe ser interpretado como la identificación con las ideas de éste, a sus intereses de grupo, o la pertenencia a un grupo al que se supone que ese líder favorece.

Entre las cuestiones que se dirimieron por medio de guerras civiles, las más importantes estuvieron ligadas a la preeminencia de la capital, Buenos Aires, o de distintas alianzas de provincias, el establecimiento del liberalismo o del conservadurismo como forma de gobierno, la apertura comercial o el proteccionismo y la organización constitucional que definiera todas estas cuestiones.

Hubo también enfrentamientos entre dos o tres provincias, en las que las causas pudieron ser las anteriores, pero a las que se les agregaron la pretensión de los gobiernos de una de inmiscuirse en los asuntos de otra y, más tempranamente, por la secesión de algunos distritos para erigirse en provincias autónomas.

Por último, hubo varias guerras civiles internas de las provincias, en que la participación de fuerzas foráneas fue escasa o nula. En éstas, a veces se dirimieron cuestiones ideológicas, pero — más frecuentemente — se trató de luchas de poder entre facciones.

Antes de que se iniciaran las guerras civiles propiamente dichas, hubo varios enfrentamientos internos de cada provincia. Algunos de ellos, como una revuelta contra el gobernador de Jujuy, o el intento de deponer el teniente de gobernador de San Juan, tuvieron lugar a fines del siglo XVIII. Pero, en general, todos estos conflictos estuvieron siempre moderados por la común dependencia del gobierno real, al que siempre se podía acudir para zanjar diferencias.

El enfrentamiento civil más grave que ocurrió en los últimos años del régimen colonial fue la revolución del 1 de enero de 1809, dirigida por Martín de Álzaga contra el virrey Santiago de Liniers, con la intención de instalar una junta de gobierno local. Fue sofocada el mismo día, al precio de unos pocos muertos y varios heridos.

Durante los primeros años posteriores a la Revolución de Mayo, los problemas internos quedaron enmascarados por la guerra contra el enemigo común, es decir, los realistas. Durante varios años, sólo se destacaron algunos motines y revueltas locales, que se saldaron en general sin lamentar muertes. La excepción más notable la constituye el Motín de las Trenzas de fines de 1811, en Buenos Aires, que fue violentamente reprimido y se saldó con el fusilamiento de sus cabecillas.

Hubo también una revolución en San Juan, dirigida por Francisco Laprida. Y, finalmente, la revolución de octubre de 1812, que reemplazó al Primer Triunvirato por el segundo. Pero fueron casos aislados, más calificables como revoluciones que como guerras civiles.

 
 
       

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