A fines de 1832, el comandante Manuel Puch, partidario de los hermanos Gorriti, dirigió una sublevación en Salta. El gobernador Pablo Latorre debió huir, pero una semana más tarde, derrotó a Puch en la batalla de Pulares.
En agosto de 1833, el coronel Pablo Alemán, colaborador hasta entonces en el gobierno de Latorre, dirigió otra revolución en su contra. Fracasó y se refugió en Tucumán, bajo la protección del gobernador Alejandro Heredia. Aunque Latorre reclamó la entrega de Alemán, Heredia se negó a entregar a su amigo.
A mediados de 1834, Heredia intervino activamente en la política catamarqueña, apoyando al comandante Felipe Figueroa contra el gobernador, y logrando que Manuel Navarro ocupara su lugar.
En Tucumán, el dirigente unitario Ángel López – sobrino del general Javier López –intentó derrocar a Heredia. Fracasó y huyó a Salta. El gobernador salteño se vengó de la revolución de Alemán, ayudando a Ángel López y a su tío Javier a intentar una invasión a Tucumán. Pero éstos fracasaron y huyeron a Bolivia. Heredia reclamó por los gastos causados a su provincia por la invasión de los López, y avanzó hasta el límite con Salta, exigiendo la renuncia del gobernador Latorre. Éste pidió al gobernador porteño que intercediera entre ellos, pero la respuesta tardaría demasiado.
Ese momento de debilidad de Latorre fue aprovechado por la ciudad de San Salvador de Jujuy y su jurisdicción, que aún eran una dependencia de la de Salta. En noviembre de 1834, los dirigentes unitarios de esa provincia se pronunciaron por la autonomía en un cabildo abierto. El teniente de gobernador José María Fascio se unió a ellos y se hizo nombrar gobernador de la nueva provincia.
Entonces Heredia reclamó a Latorre que reconociera la autonomía jujeña, mientras enviaba a su hermano Felipe Heredia y a Alemán a invadir Salta.[27]
Latorre abandonó la capital provincial, y el gobernador delegado lo depuso. Pero las fuerzas militares estaban aún en sus manos, y con ellas enfrentó la invasión de Fascio desde el norte en la batalla de Castañares. El coronel Mariano Santibáñez fingió pasarse a las filas de Latorre y logró capturarlo. Los salteños se dispersaron.
Un grupo de dirigentes unitarios salteños depuso a Latorre y eligió en su lugar al anciano coronel José Antonio Fernández Cornejo, que reconoció la autonomía jujeña. Fascio regresó a Jujuy, dejando una pequeña escolta en Salta, al mando de Santibáñez, que unos días más tarde hizo asesinar a Latorre en su celda.
Latorre había pedido la intercesión Maza, el gobernador porteño, que envió al general Facundo Quiroga como mediador. Cuando Quiroga llegó a Santiago del Estero, se enteró de la derrota y muerte de Latorre. Desde allí ayudó a Heredia a colocar en el gobierno de Jujuy a Pablo Alemán, y en el de Salta a su hermano Felipe Heredia.
De regreso hacia el sur, y a poco de ingresar en la provincia de Córdoba, fue asesinado en el apartado paraje de Barranca Yaco por una partida comandada por el capitán Santos Pérez, enviado por los hermanos Reynafé.
La noticia del crimen conmovió a todo el país: Rosas fue llamado de urgencia a asumir el gobierno porteño y se le concedió la "suma del poder público", es decir, la dictadura más absoluta. No obstante, la legislatura siguió funcionando.
Los Reynafé intentaron responsabilizar al santiagueño Ibarra por la muerte de Quiroga, pero pronto quedó claro que eran ellos los responsables.
Poco después terminó el período de gobierno de José Vicente Reinafé, y en su lugar fue electo primeramente Pedro Nolasco Rodríguez, que intentó proteger a los Reynafé. Pero renunció ante la evidencia de su participación en el crimen; su sucesor, Sixto Casanova, arrestó a Santos Pérez y a los hermanos Reynafé que encontró. Poco después fue derrotado en el norte de la provincia Francisco Reynafé, que había logrado armar una montonera.
El 17 de noviembre, el comandante del Río Tercero, Manuel López, ingresó a la capital provincial y se hizo elegir gobernador. Envió a los hermanos Reynafé a Buenos Aires, para ser juzgados. Francisco, que había logrado huir, sería el único de los Reynafé que se salvaría de ser juzgado y ejecutado.
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