Recursos bélicos

La guerra presentó desde su comienzo, dos fuerzas disímiles en material, recursos y hombres mientras las  Provincias Unidas del Río de la Plata recién habían concluido por el norte y el oeste la guerra de liberación respecto al Imperio español el Brasil era un estado territorialmente muy extenso y monolítico, cohesionado y con mucha más población, con mayor posibilidad de reclutar efectivos para la guerra


Los recursos

Las Provincias Unidas del Río de la Plata recién habían concluido por el norte y el oeste la guerra de liberación respecto al Imperio español, por el noreste debieron afrontar la oportunista invasión lusobrasileña, que ocupó, tras las Misiones Orientales, toda la Banda Oriental y extensas regiones en el este de la Mesopotamia Argentina, actualmente correspondientes a las provincias argentinas de Misiones, Corrientes y Entre Ríos. Tras concluir la amenaza realista (española y proespañola), las Provincias Unidas debieron afrontar las tendencias secesionistas que desde la recién creada Bolivia terminaron con la existencia de la extensa provincia de Tarija.

Las Provincias Unidas del Río de la Plata, en su sector actualmente argentino, poseían fronteras secas muy lábiles. Las diferencias de riquezas accesibles entre las Provincias Unidas y el Brasil eran abismales: prácticamente los únicos recursos exportables (que solo posibilitaban una muy magra redistribución, y con esto fuertes tensiones por la coparticipación) que entonces poseían las Provincias Unidas eran la exportación de cueros «en crudo» y la carne secada y salada, el tasajo. Por otra parte, existían entonces unas pocas, modestas y difícilmente accesibles minas de oro en Famatina, que apenas bastaban para la acuñación de unas pocas monedas. La escasa riqueza de las Provincias Unidas terminaron siendo factor de grave conflicto entre un gobierno centralista y los gobiernos provinciales.

Por contrapartida, el Brasil ―aunque poseía también fuertes contradicciones― era un estado territorialmente muy extenso y monolítico, cohesionado y con mucha más población, con mayor posibilidad de reclutar efectivos para la guerra. Estos debieron ser reclutados a la fuerza, lo que no resultó una excesiva desventaja frente a la escasa colaboración de las provincias interiores argentinas. El Imperio se había independizado del Portugal tras unas breves y poco onerosas acciones bélicas.

Carlos de Alvear

Rivadavia nombro a Alvear como comandante en jefe del ejército a mediados de 1826​ en ese momento tenía treinta y siete años y una relativamente larga carrera militar y política, anteriormente desde el Ministerio de Guerra se dedicó eficazmente a mejorar el estado y la organización del ejército. A fines de marzo de 1826 las tropas contaban con dos mil ochocientas plazas, en su mayoría reclutas. A estas fuerzas se sumaban cerca de 2500 milicias irregulares al mando del caudillo oriental Juan Antonio Lavalleja. La posibilidad de una ofensiva contra el Imperio quedaba totalmente descartada, a menos que se pudiera remontar, armar y aprovisionar al ejército. Con la seguridad de mandarlo poco después, Alvear se dedicó a aprovisionarlo al máximo.

Aunque ―en comparación con su población― el mercado interno brasileño era débil, estaba mucho más desarrollado que el de las Provincias Unidas, y sus recursos económicos eran muy importantes a nivel internacional: explotación de millones de personas como mano de obra esclava, exportación de café, caña de azúcar, algodón, tabaco, pieles, maderas finas, pesca, bálsamos, tinturas, productos medicinales naturales, plumas llamativas, importantes minas de oro, diamantes y hierro. Incluso en cuanto a riquezas regionales, como cuero vacuno, tasajo y mate, el Brasil, tras haber anexado gradualmente territorios en la cuenca del Plata, había superado a todos los estados concurrentes.

La situación geopolítica era absolutamente favorable para Brasil: se encontraba geográficamente mucho más cerca de sus mercados (Europa, América del Norte e incluso el África). Tal situación geopolítica también le permitía al Brasil interrumpir o dificultar enormemente el tránsito comercial entre las Provincias Unidas y los principales mercados de la época. La diferencia geopolítica a favor de Brasil se acentuaba en otros aspectos; mientras que Brasil poseía ya un extensísimo litoral marítimo ―por lo cual era impracticable todo intento de aplicarle bloqueos navales― las Provincias Unidas poseían casi exclusivamente una única salida y entrada para el comercio ultramarino: el Río de la Plata, fácilmente bloqueable.

Brasil doblaba prácticamente la cifra de efectivos terrestres, y gran parte de las tropas a su servicio estaba constituida por mercenarios alemanes. No obstante, la diferencia en moral combativa y experiencia bélica contaba enteramente a favor de las Provincias Unidas, con tropas de larga experiencia bélica debido a las guerras de independencia y civiles, y convencidas además de la justicia de su causa.

Respecto de su flota de guerra, que contaba cerca de 80 unidades, solo destacó en el Plata unas 50, mientras que las Provincias Unidas disponían tan solo de unos pocos barcos ―llegaron a reunir catorce― en su mayoría pequeños y medianos navíos mercantes improvisados para combatir, uno de medio tonelaje y algunas lanchas cañoneras.

Bento Gonçalves da Silva  y Bento Manuel Ribeiro

Bento Gonçalves da Silva al producirse con las Provincias Unidas del Río de la Plata, la Guerra Argentino-brasileña conocida como Guerra del Brasil en el Río de la Plata o -en Brasil- Guerra da Cisplatina, fue nombrado comandante de caballería y participó en la batalla de Sarandí (12 de octubre de 1825) y en la batalla de Ituzaingó, también llamada por la historiografía brasileña batalla de Passo do Rosário (20 de febrero de 1827), cubriendo la retirada de las tropas brasileñas derrotadas por los rioplatenses.

Bento Manuel Ribeiro durante la guerra con las Provincias Unidas del Río de la Plata (1825-1828), participó en varios combates al comando del ejército del Imperio de Brasil, particularmente en la batalla de Bacacay y en la Batalla de Ombú. Al ser dispersada en esta última acción su caballería de élite, no estuvo presente en la Batalla de Ituzaingó.

Organización del Ejército Argentino

El Congreso Nacional Argentino ―primera vez que se usó ese nombre oficialmente― cohesionó a todas las provincias, las cuales, según sus posibilidades, enviaron contingentes para formar el Ejército de Observación. Poco después de la declaración de Guerra, el Congreso, entendiendo que debía centralizas las decisiones militares, económicas y diplomáticas, creó un Poder Ejecutivo nacional el 8 de febrero de 1826, eligiendo como presidente de las Provincias Unidas a Bernardino Rivadavia.

Al estallar la guerra, el Ejército de las Provincias Unidas había dejado de existir; sus fuerzas habían quedado desperdigadas entre las provincias, y el único resto de ejército con algún carácter nacional se había incorporado al Ejército Unido Libertador del Perú. El 31 de mayo una ley del Congreso volvió a crear el Ejército Argentino.

Un serio problema que enfrentaba Rivadavia era que su autoridad no estaba respaldada por una constitución, de modo que las provincias dieron su colaboración con mucha reticencia y suspicacia. Esta suspicacia fue en aumento cuando varios de los oficiales enviados al interior del país a reunir tropas utilizaron las fuerzas a su mando para hacer prevalecer el partido del presidente; el caso más destacado fue el de Gregorio Aráoz de Lamadrid, que derrocó al gobernador de la provincia de Tucumán, Javier López, y se hizo elegir gobernador en su lugar. La guerra entre Lamadrid y Facundo Quiroga impidió la incorporación de tropas de muchas provincias al Ejército nacional. Las posteriores acciones del Congreso, en particular la sanción de la Constitución Argentina de 1826, de neto corte unitario, rechazada por la mayoría de las provincias del interior, disminuyeron aún más el aporte de las provincias al esfuerzo bélico.

La comandancia de las tropas rioplatenses le fue propuesta al gobernador de Córdoba, Juan Bautista Bustos, con el propósito de lograr el máximo de adhesión de las provincias del Interior, de las cuales Bustos era uno de los principales referentes desde el Tratado de Benegas; pero Bustos declinó la oferta.

En segundo lugar le fue ofrecida por los oficiales del Ejército al general José de San Martín, considerado en su momento el máximo estratega argentino, pero el general se negó a ofrecer al gobierno sus servicios, porque consideraba que estos serían rechazados por el presidente Rivadavia y su ministro de guerra, Carlos María de Alvear, dos de los más tenaces enemigos internos de San Martín.

El ministro Alvear aprovechó su cargo para equipar generosamente al Ejército, mientras negociaba con los diputados y el presidente, de resultas de lo cual, poco después fue nombrado su comandante. Asumió el mando en Salto, ya en territorio oriental, adonde había trasladado el campamento el general Rodríguez. El Ejército Republicano ―nombre que le asignaron sus oficiales, para diferenciarlo del Ejército Imperial― se formó con aportes de la mayor parte de las provincias, aunque mucho más de la mitad provenían de Buenos Aires y la Provincia Oriental.

El Ejército Imperial

El Ejército Imperial contaba con 12420 hombres, diseminados en varios destinos: el grueso del mismo eran los 8500 hombres comandados por el Marqués de Barbacena en Santa Ana del Libramento. Otros 3000 hombres estaban estacionados en Montevideo y 1500 en Colonia. En el norte de la Provincia operaban dos cuerpos de milicias de caballería gaúcha ―es decir, gauchos lusoparlantes de Río Grande del Sur, al mando de Bento Manuel Ribeiro y Bento Gonçalves da Silva―.

Las tropas portuguesas, excepción hecha de los gaúchos, eran mayoritariamente de infantería. Su artillería no era superior a la rioplatense, pero su poder de fuego en fusiles eran mucho mayor. Parte importante de la caballería y de la infantería eran mercenarios de origen alemán y agricultores del mismo origen, residentes en las colonias agrícolas establecidas en Santa Catarina en 1824. El comandante de estas tropas extranjeras era el mariscal de campo británico Gustave Henry Brown.

El general Barbacena se había propuesto un ambicioso objetivo: en una carta al Emperador, lo invitaba a ocupar toda la Mesopotamia y el Paraguay. Incluso, comprendiendo mal la naturaleza del régimen confederalque propugnaban los caudillos de esas provincias, le proponía incitar a sus gobiernos a unirse voluntariamente al Imperio. No obstante, cuando se produjera el avance republicano, Barbacena permanecería estrictamente a la defensiva, tal como lo anunció al Emperador a fines de enero del año siguiente