El fin del sitio

Por esos mismos días comenzaba a sesionar la Convención Constituyente de Santa Fe, en la cual estaban representadas todas las provincias, menos la de Buenos Aires.Los federales organizaron elecciones en los pueblos del interior de la provincia y reunieron una legislatura en San José de Flores. Ésta eligió gobernador al general Lagos.

La traición de Coe

La pequeña flota de Urquiza logró bloquear la ciudad, al mando del capitán estadounidense John Halstead Coe. Unos pocos buques porteños intentaron enfrentarla, pero sus capitanes fueron sobornados y se pasaron a la Confederación

Pero el sitio se prolongó por varios meses más, con choques armados casi todos los días. El 1.º de mayo, la Convención de Santa Fe sancionó la Constitución Nacional, pero ésta fue desconocida por Buenos Aires, que no había participado en su sanción.

Si la superioridad numérica estaba del lado de los federales, éstos no tenían los recursos económicos que brindaba el puerto de Buenos Aires y su superior organización financiera. La prolongación del sitio hizo caer rápidamente la moral de los soldados, y el capitán Coe — con varios de sus oficiales — fue sobornado para entregar la escuadra de la Confederación al gobierno de Buenos Aires.


El coronel Flores, que se había trasladado a Montevideo, regresó en junio a la provincia y comenzó a sobornar a los oficiales y soldados federales. En pocos días, el desbande fue general. Finalmente, el general Urquiza ordenó la retirada hacia Rosario, seguido por Lagos.

Desde entonces, la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires funcionaron como dos estados independientes.

Buenos Aires sancionó su propia constitución, que dejaba abierta la posibilidad para una independencia definitiva. Ésta no se produjo debido a la derrota porteña en Cepeda y la consecuente firma del Pacto de San José de Flores. Finalmente, la batalla de Pavón, de 1861, sancionaría la unión definitiva, en provecho de la política de los dirigentes porteños.


John Halsted Coe

El 18 de junio el paylevot “Rayo” y un bergantín de la escuadra confederada se pasan a Buenos Aires y dos días más tarde el resto de los buques, con Coe a la cabeza, entran al puerto abandonando la causa de la Confederación. En realidad, el mercenario había aceptado el ofrecimiento formulado por el gobierno de la ciudad, equivalente a dos millones de pesos, curiosamente la misma cantidad votada días antes por la Legislatura porteña. Su antigua vocación de corsario había aflorado ante la seducción del oro. ¿Y quién dispuso que se le hiciera llegar a Coe el dinero de la traición? Pues nada menos que el general José María Paz, el mismo que había encarecido poco antes la gloria de quienes no traicionan “por un puñado de oro las nobles aspiraciones de guerrero...”.
Con los dos millones de pesos papel emitidos por el gobierno de Buenos Aires, un emisario porteño viajó a Montevideo para comprar las onzas de oro exigidas por Coe para ejecutar su traición. El mercenario no quería dinero en papel sino en sonoras y contantes onzas…. “El negocio se redondeó por la suma de cinco mil onzas de oro.
Los marinos argentinos que servían a la Confederación se alejaron con repugnancia de ese sucio negociado, que ignoraron hasta que su beneficiario lo llevó a cabo. Ellos salvaron el honor de la incipiente armada nacional, mientras Coe, al día siguiente de haber entregado los buques que le confiara Urquiza, pasaba a la corbeta norteamericana “Jamestown” –con un pesado y valioso equipaje, indudablemente-, que lo trasladaría a su país natal.