22 de mayo de 1810

Al final se reunió el cabildo, y de los 450 invitados, concurrieron sólo 251, quienes iniciaron la sesión a las 9 de la mañana con la proclama del escribano del Cabildo, Justo Nuñez, quien aconsejó evitar toda innovación y acatar la autoridad del Virrey.

El cabildo abierto del 22 de mayo

Este fue realizado contra la voluntad y la disposición del virrey Cisneros , este fue arrancado e impuesto  por la presión popular y por la segura adhesión de las tropas, la reunión del cabildo abierto. 

La nómina de los invitados fue alterada substancialmente por los revolucionarios: faltan en la asamblea funcionarios importantes y en la plaza se agitaba una multitud exaltada.

Cuando se abrió la sesión había 251 personas presentes y se habían repartido 450 invitaciones. 

La capital contaba entonces con 45.000 habitantes, de los cuales unos 4.000 eran vecinos, pero los llamados vecinos dc calidad y distinción eran unos 3.000. Los que acudieron con esquelas de Belgrano no votaron.

No asistieron, pues, más de 200 vecinos invitados; en cambio, intervinieron en la reunión muchos que no lo habían sido. 

El virrey explicaría en el futuro en su informe al rey que las tropas apostadas en las bocacalles de la plaza no dejaban pasar a muchos invitados y daban acceso a los confabulados, proporcionándoles copias de la invitación en blanco. 

Lo cual, de ser así, indica la existencia de una organización de los patriotas y –una orientación bien definida en la conducta que habían de seguir.

Los votos de los concurrentes se distribuyeron así: jefes y oficiales de mar y tierra, 60; empleados civiles, 93; clérigos y frailes, 25; profesionales liberales, con predominio de los abogados, 26; comerciantes, hacendados y vecinos, 94. 

Diversos autores quisieron concretar y esclarecer la votación, y los resultados no son siempre coincidentes.

Varios fueron los oradores que justificaron su voto; el obispo Lue argumentó que no había lugar a discutir la permanencia del virrey, porque mientras hubiese españoles en América, eran ellos los que debían tener el mando en ella y que el poder sólo podría llegar a los hijos del país cuando ya no hubiese un español en ella.

El orador que sostuvo jurídicamente la tesis de los patriotas fue Juan José Castelli: el gobierno de España había caducado, y sobre todo después de la disolución de la Junta central de Sevilla, que carecía de facultades para instalar el supremo gobierno de regencia. Por consiguiente, los derechos de soberanía volvían al pueblo, que debía ins-talar el nuevo gobierno libremente. El discurso de Castelli, según el resumen de Ricardo Levene, contiene los siguientes argumentos: la crisis del derecho político hispano iniciada en 1808, conforme al cual los pueblos de la península constituyeron juntas de gobierno propio y luego la Junta central; la Junta central se había disuelto y no tenía facultades para organizar el Consejo de regencia, entre otras razones porque no habían concurrido a su elección los diputados de América; por lo tanto el gobierno soberano de España había caducado, produciéndose la reversión de los derechos de soberanía al pueblo, que podía proceder en su libre ejercicio a la instalación del nuevo gobierno.

Obispo Lue

El Obispo Lue fue singularísimo en este voto. Dijo que solamente no había que hacer novedad con el Virrey, sino que aun cuando no quedase parte alguna de España que no estuviese subyugada, los españoles que se encontrasen en las Américas debían tomar y reasumir el mando de ellas; y que este sólo podía venir a manos de los hijos del país cuando ya no hubiese quedado un solo español en él.

Ruiz Huidobro expuso que, como había caducado en España la representación soberana que lo había designado, debía considerarse separado de toda función de gobierno; que el Cabildo, como representante del pueblo, debía asumir la autoridad y ejercer ésta hasta que se formase un gobierno provisorio; la fórmula decisiva, pues, fue ésta y primó en buena parte de los concurrentes a la reunión: Melchor Fernández, chantre de la Catedral; Juan León Ferragut, capellán del regimiento de dragones, el abogado Joaquín Grigéra.

El fiscal Villota refutó a Castelli y sostuvo la tesis de que el pueblo de Buenos Aires no tenía derecho a decidir sobre la legitimidad del gobierno de Regencia sino en unión con la representación de las provincias del virreinato; no tenía derecho tampoco a elegir un gobierno soberano, pues eso equivaldría a romper la unidad del país y a establecer en él tantas soberanías como pueblos.

Juan Nepomuceno de Sola, cura de la parroquia de Nuestra Señora de Montserrat, dijo que en vista de las circunstancias imperantes opinaba que debía subrogarse el mando en el Cabildo, con el voto decisivo del síndico procurador general; debiendo esta conducta entenderse como provisional hasta la erección de una junta gubernativa con llamamiento a todos los diputados del virreinato. Se adhirieron a su criterio 19 de los presentes, entre ellos Manuel Alberti, Azcuénaga, Antonio José de Escalada, Cosme Argerich, Juan Pedro de Aguirre.

El voto de Cornelio Saavedra, adoptado por casi todos los criollos, decía que "consultando la salud del pueblo y en atención a las actuales circunstancias debe subrogarse el mando superior que obtenía el Exmo. señor virrey, en el Exmo. cabildo de esta capital, ínterin se forma la corporación o junta que debe ejercerlo, cuya formación debe ser en el modo y forma que se estima por el cabildo", agregando: "y no queda duda de que el pueblo es el que confiere la autoridad o mando".

La fórmula de la votación de Saavedra fue reproducida por 16 votantes; la de Martín Rodríguez, que era la de Saavedra, con el agregado: que tenga voto decisivo el síndico procurador general Leyva, reunió 63 sufragios, entre los cuales estaban los de Castelli, Belgrano, Vicente López, Moreno, Rivadavia, Escalada, Tagle, Darregueyra, Campana. La fórmula de Sola reunió 18 votos, entre los que se encontraban Lezica, Alberti, Grela, Sáenz, Inchaurregui, Letamendi.

La proposición votada es la siguiente: 

"Si se ha de subrogar otra autoridad a la superior que obtiene el Exmo. Señor Virrey, dependiente de la soberana que se ejerza legítimamente a nombre del señor don Fernando VII y en quién". 

La fidelidad a Fernando VII no era seguramente en la gran mayoría de los patriotas una calculada simulación sino una declaración sincera de los sentimientos dominantes.

Termina la votación a las doce de la noche; no se hizo luego el recuento de los votos ni el acta de la sesión y se convino en reunir nuevo cabildo abierto para el día siguiente a las tres de la tarde a fin de confrontar y escrutar los votos emitidos.

22 de Mayo

En el cabildo del 22 de mayo se decidió votar una propuesta concreta, con la proposición de Cornelio Saavedra por la cesación del Virrey y la delegación interina del mando en el Cabildo hasta la formación de una Junta que lo ejerciera en base a la participación popular. Según sus palabras "No queda duda de que el pueblo es el que confiere la autoridad o mando..." Adhirieron a su opinión Castelli, Belgrano, Paso, Moreno y Rivadavia entre otros. El escrutinio se postergó para el día siguiente.

Los patriotas cedieron y delegaron el gobierno en el Cabildo hasta que se constituyese la Junta gubernativa y también dejaron en sus manos la realización del escrutinio de los votos y, una vez realizado, lo aceptaron, aunque se vio que había sido falseado.

El pueblo carecía de caudillos, como habría podido ser en 1807 Santiago Liniers con la aureola del triunfo sobre las invasiones inglesas. 

Habría podido serlo Juan Martín de Pueyrredón, que había sido expulsado poco antes del país y que trataba en aquellos momentos de regresar a Buenos Aires desde Río de Janeiro; Castelli no tenía bastante prestigio entre las masas populares y Belgrano no era el hombre de la acción arrolladora para aquellos momentos; Moreno había sido hasta entonces un simple espectador y unió su voto al de Martín Rodríguez. En la masa po-pular, que seguía por instinto su propio camino, daban la cara French, Beruti, Martín Rodríguez, Chiclana y Planes, que representaban la fracción intransigente.

A propósito de Moreno, Vicente Fidel López, que sigue la tradición oral mantenida por su padre, López y Planes, dice en su Historia de la República Argentina

"Muy tarde ya, al pasar don Vicente López por delante de una de las bancas más excusadas, reparó en el doctor don Mariano Moreno, que acurrucado en un rincón (la noche era extremadamente fría y húmeda) parecía cabizbajo.
«¿Está Vd. fatigado, compañero?» «Estoy caviloso y muy inquieto».
 «¿Por qué? Todo nos ha salido bien».
 «No, amigo; yo he votado con ustedes por la insistencia y majadería de Martín Rodríguez, pero tenía mis sospechas de que el Cabildo podía traicionarnos; y ahora le digo a Vd. que estamos traicionados. Acabo de saberlo; y si no nos prevenimos, los godos nos van a ahorcar antes de poco: tenemos muchos enemigos; y algunos andan entre nosotros y que quizás sean los primeros en echarnos el guante»
".

Cornelio Saavedra

Después de la primera invasión inglesas Cornelio Saavedra fue elegido como comandante pese a que no era militar de profesión, vocación ni estudio. Primaron su estatus de miembro de la elite capitular, por ser nieto y bisnieto de capitanes, por los vínculos familiares a través de su nuevo suegro, el coronel de los Reales Ejércitos y regidor José Antonio de Otárola y Larrazabal y su capacidad organizativa.