Historia de la Literatura Argentina
 
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Siglo XX  
   
 
   

Las nuevas formas narrativas que caracterizan la producción literaria de mediados de la década del setenta y principios de los ochenta, se inscriben en el marco de la crisis de la representación. La organización autoritaria de la cultura llevada a cabo por la opresiva dictadura militar en la Argentina (1976-1983) pone en suspenso las antiguas creencias y deja fuera de juego los habituales sistemas de interpretación. Las anteriores formas de aprehender la realidad resultan inútiles frente a un conjunto de experiencias sociales fragmentadas y contradictorias sufridas por sujetos atomizados. Ante la perplejidad se torna necesaria la idea de encontrar un significado y un sentido a esa experiencia. Por lo tanto, las narraciones de estos años renuncian al proyecto de reproducir lo real, jugándose en la producción de sentidos incompletos y fragmentados. Esta refutación de la mímesis tiene en su base el reconocimiento de que la historia ha estallado y que, por ende, no puede recomponerse narrativamente desde un solo punto de vista o un solo discurso. El discurso de la ficción, entonces, se coloca como opuesto al discurso autoritario, y se cuestiona sobre la historia que narra y sobre las modalidades con las cuales se narra. Un corpus importante de textos producidos en estos años busca la clave del presente en el pasado político y cultural: Respiración artificial (1982), de Ricardo Piglia; En esta dulce tierra (1984), de Andrés Rivera; y Cuerpo a cuerpo (1979), de David Viñas. Ricardo Piglia (1941) —autor de La invasión, 1967; Nombre falso, 1975; Prisión perpetua, 1988; La ciudad ausente, 1992)— capta en Respiración artificial las luchas discursivas entre aquellos que ocupan el poder con los marginales del sistema, a través de una velada referencia a los hechos ocurridos en la Argentina bajo el régimen militar. La novela reflexiona y cuestiona la existencia de una historia inequívoca por medio de explicaciones que siempre son versiones incompletas de la historia. Desarrolla una narración sobre la identidad nacional, a través de una reflexión sobre la fundación de la literatura argentina, sobre la traducción y la cita, y la organización del pasado literario, que permita captar las líneas del presente.

En cambio, en otras novelas —La vida entera (1981), de Juan Martini; El vuelo del tigre (1984), de Daniel Moyano; y No habrá más penas ni olvido (1980), de Osvaldo Soriano— se reflexiona sobre cómo ordenar las experiencias dentro de la historia, desde dónde se controlan los lugares de poder y de qué manera se puede organizar una historia que se oponga al discurso oficial.

Otros textos del período presentan la construcción literaria de biografías ficticias que permiten la reconstrucción de una subjetividad contra la discontinuidad de la experiencia, ya sean biografías típicas de la pequeño burguesía urbana de izquierda, cuyas ilusiones fueron anuladas por la intervención militar y la violencia -como en Tinta roja (1981), de Jorge Manzur, y Flores robadas de los jardines de Quilmes (1980), de Jorge Asís-, como biografías de sujetos que fueron excluidos de la historia oficial -como en Nada que perder (1982), de Andrés Rivera, y Hay cenizas en el viento (1982), de Carlos Dámaso Martínez (1944)-. La literatura del período también se ocupa de los itinerarios del exilio en Composición de lugar (1984), de Juan Martini; Libro de navíos y borrascas (1983), de Daniel Moyano; y La casa y el viento (1984), de Héctor Tizón. Con fuerte acento autobiográfico, mientras las novelas de Martini y Tizón marcan el extrañamiento lingüístico-cultural, la de Moyano incluye el relato de la represión, las torturas, la cárcel y las desapariciones.

Ricardo Piglia
Andres Rivera
Juan Martini
Osvaldo Soriano
David Viñas
Hector Tizón
 
 
       

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