Historia de la Literatura Argentina
 
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Fin del siglo XIX y  principios del XX
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El modernismo literario 1890-1920
 

Durante los últimos años del siglo XIX se produce una gran renovación en las prácticas literarias y en las corrientes estéticas, cuyo principal escenario es Buenos Aires, que aceleradamente comienza a introducir los ritmos de la ciudad moderna. Momento de grandes cambios políticos, culturales y sociales que, originados en gran medida por las olas inmigratorias, producen un proceso de creciente urbanización y alfabetización, un desarrollo comercial y administrativo, y varias formas de democratización que van creando las bases del moderno público masivo. La existencia de este público, nacido de las campañas de alfabetización, se articula con el surgimiento de la prensa popular, cuyas primeras manifestaciones son el aumento decisivo de la oferta periodística y la proliferación de revistas. En esta expansión de la prensa se ubica el nacimiento de la revista Caras y caretas (1898), dirigida por José Sixto Alvarez (1858-1903) —más conocido como Fray Mocho—, cuyo gran hallazgo es la mezcla miscelánea de caricaturas e ilustraciones junto con gran cantidad de temas nacionales y extranjeros que abarcan desde noticias sociales, notas de interés general, pastillas sobre la moda, hasta consejos sanitarios. Junto a esta mezcla de notas, la revista publica textos literarios, provenientes también de estéticas diferentes: modernismo, literatura costumbrista, realista o rural

El género predominante es el costumbrismo, cuyo mayor exponente es Fray Mocho, el primer escritor profesional de la Argentina, cuyos textos más importantes son Esmeraldas. Cuentos mundanos (1885), Memorias de un vigilante (1897), Un viaje al país de los matreros; Cinematógrafo criollo (1897) y la recopilación de Cuentos de Fray Mocho (1906). En sus cuadros de costumbres, el narrador es espectador, observador o conversador, cualidades que lo habilitan para conocer a los habitantes de su ciudad y caracterizarlos en sus rasgos más sobresalientes. A través de un tipo se estudia el aspecto físico, psicología, costumbres y vida de un carácter representativo de una clase social o de un estrato ideológico o profesional. Fray Mocho asume el rol de espectador; teoriza y filosofa acerca de lo observado y resuelve con eficacia la relación del lenguaje coloquial y el lenguaje literario, convirtiendo los diferentes registros del habla porteña, tanto el lunfardo como el de las capas medias, en material narrativo.El modernismo fue un movimiento de reacción contra el romanticismo trasnochado y la rigidez del idioma castellano ante nuevas orientaciones culturales. En este intento profundo de renovación y actualización del lenguaje influyeron ideas y movimientos heterogéneos. El estudioso Pedro Henríquez Ureña sostiene que renovó integramente las formas de la prosa y de la poesía: vocabularios, giros, tipos de verso, estructura de los párrafos, temas y ornamentos. El verso tuvo desusada variedad, como nunca la había conocido antes, se emplearon todas las formas existentes y se crearon otras nuevas.

Esta revolución estética se inició en la Argentina en 1893, año en que por vez primera llega a Buenos Aires el nicaraguense Rubén Darío. El poeta ya era conocido en nuestro medio por su libro Azu/, que publicó en 1888 durante su estada en Chile, y por sus colaboraciones enviadas al diario "La Nación", a partir de 1889. Fue recibido como un maestro y agasajado en el culto ambiente intelectual y por la bohemia de la ciudad. Se ha comprobado que el modernismo debe sus comienzos al cubano José Martí (1853-1895) y al mexicano Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), que iniciaron a través de la prosa un proceso de actualización literaria, antes que Darío hiciera conocer sus libros Azu/ —en prosa y verso— y Prosas profanas, en verso.
El escritor nicaraguense fue un conocedor profundo del idioma castellano y basado en su vinculación con los poetas franceses de las escuelas simbolistas y parnasianas renovó la métrica y combinó versos que hasta su época eran inconciliables —el endecasílabo y el alejandrino— y utilizó el de nueve sílabas, muy poco empleado. Se considera a Darío como el maestro del modernismo, el primer gran poeta exquisito de nuestro idioma —según Rodó— cuya influencia se esparció por América y España.
La tendencia modernista expresó una voluntad de cambio y también de disconformidad a lo español, reaccionó contra la expresión fácil para inclinarse al virtuosismo y su génesis no fue directamente importada de Europa, sino que surgió de un proceso literario americano y argentino. Por vez primera —escribió Amado Alonso— América asume la dirección poética en la lengua española. El movimiento literario no sólo recibió influencias de los parnasianos y simbolistas franceses, sino también de las mitologías griega, germánica, nórdica y precolombina.
Los modernistas renovaron el lenguaje poético y por medio de símbolos e imágenes expresaron con otro sentir la realidad. Muy sensibles y guiados por la imaginación se refugiaron en mundos del pasado irreal o lejano. Por esto, lo exótico es uno de los caracteres de esta escuela que incluyó en su temбtica la Grecia eterna, el lejano Oriente, Francia en la época borbónica y mitos clásicos, germánicos y precolombinos.
En el año 1890 y en un escrito, es Rubén Darío el que se refiere al modernismo como una corriente del pensamiento literario y poco más tarde —en 1899— esta palabra fue incorporada al Diccionario de la Real Academia Española a instancias del sabio polígrafo Menéndez y Pelayo.

 
 

Sabemos que el modernismo se inicia en la literatura argentina en agosto de 1893 con la primera llegada de Rubén Darío a Buenos Aires. Desde ese momento hasta fines de 1898 en que partió para España, la ciudad porteña —que él denominó Cosmópolis— le brindó su generosa hospitalidad y propicio ambiente cultural. Así lo reconoció el poeta al escribir: "Fue para mí un magnífico refugio la República Argentina, en cuya capital, aunque llena de tráfagos comerciales, había una tradición intelectual y un medio más favorable al desenvolvimiento de mis facultades estéticas."
La unánime simpatía con que fue recibido Darío en nuestros círculos intelectuales también contó con la adhesión del periodismo. Así lo expresó Joaquín V. González desde las columnas de "La Prensa" y Julio Piquet por intermedio de "La Nación". Aunque algunos objetaron principios de la estética modernista más tarde reconocieron la importancia y méritos de la nueva escuela literaria, particularmente después de la publicación de Prosas profanas (1896), el libro de versos que provocaría un gran cambio en la literatura de América.
Desde sus comienzos, el modernismo encontró en Buenos Aires un ambiente cultural que favoreció su aceptación. Colaboraron en este proceso la apertura de la Facultad de Filosofía y Letras, la revista "La Biblioteca" que dirigió Paul Groussac, el número creciente de periódicos, un mayor interés por los ideales de la cultura y la gradual decadencia de la poesía posromántica. En esas épocas, la capital argentina ya era una capital pujante en ostensible crecimiento, dirigida por una alta burguesía. Esta élite que en principio había apoyado el aluvión inmigratorio, hacia 1885 comenzaba a demostrar su desagrado ante la influencia extranjerizante en las costumbres y el idioma. Sin embargo, no por esto el lujo y la ostentación como también los inevitables viajes a Europa —especialmente a Francia— dejaron de ser factores predominantes de los altos círculos.
Por otra parte, después de la revolución de 1890 se consolida en nuestro país una heterogénea clase media, surgida de la inmigración, integrada en mayoría por hombres cultos —escritores, profesionales, educadores—- que se inclinan en favor de los humildes y proponen nuevas soluciones sobre la base de las doctrinas del radicalismo y del socialismo. También se inicia la lucha del proletariado ante la agitación de los anarquistas y en distintos barrios de la capital se abren centros obreros y bibliotecas con obras de literatura izquierdista.
La llegada de Rubén Darío a Buenos Aires despertó interés en los medios intelectuales, no sólo entre la alta clase social sino también en los cenáculos literarios de cafés y tertulias a las que asistían periodistas y artistas desplazados. La bohemia porteña adhirió al modernismo y provocó una especie de nivelación social y cultural, al agrupar a los poderosos patricios con hombres que bregaban por nuevas formas políticas.
Es evidente que el modernismo surgió de situaciones estéticas comunes a un período de rebeldía social y política y esto explica la mentalidad revolucionaria y disconforme de algunos destacados representantes de esta escuela literaria en nuestro medio

 
 

Para que la tendencia modernista cobrase impulso fue necesario que sus seguidores utilizaran en favor de la escuela, revistas literarias, periódicos, diarios, libros y tertulias culturales. La primera en iniciar la lucha por la difusión fue la "Revista de América" —de efimera existencia— que fundaron Rubén Darío y Jaimes Freyre en 1894, con el propósito de convertirla en órgano de la generación nueva. Al año siguiente comenzó la publicación de la revista semanal titulada "Buenos Aires" y, en 1896, "La Biblioteca", a iniciativa de Paul Groussac, estudioso francés que si bien no adhirió al movimiento, pues respondía a la orientación ideológica de la generación del 80, permitió que en sus páginas colaboraran varios representantes del modernismo.
En 1898 apareció la revista el "Mercurio de América" que fundó Eugenio Díaz Romero y cuya finalidad era mantener el espíritu de la innovación. Entre sus colaboradores figuraron Darío, Leopoldo Lugones, Leopoldo Díaz, José Ingenieros y otros. También deben citarse las revistas tituladas "Atlántida", "La Quincena" y "La Montaña", esta última de tendencia anarquista fundada por Lugones e Ingenieros.
En la difusión de los objetivos literarios modernistas colaboraron los diarios "La Prensa" y "La Nación", al publicar trabajos de escritores argentinos y versos originales de poetas franceses. Otros impresos difusores fueron "El Almanaque Sud-Americano" (1877) y "El Almanaque Peuser" (1888).
El Ateneo de Buenos Aires o asociación de carácter literario y artístico, surgió como centro de difusión cultural en una de las periódicas reuniones que se efectuaban en la residencia del poeta Rafael Obligado. En el trascurso de una asamblea realizada el 23 de julio de 1892 nació bajo la presidencia provisional de don Carlos Guido y Spano.
A principios de abril del año siguiente, El Ateneo se instaló en el edificio situado en la Avenida de Mayo esquina Piedras, presidido ahora por el poeta Calixto Oyuela, quien en el mes de agosto —en una reunión que contó por vez primera con la asistencia de damas—pronunció un discurso sobre el tema: La raza en el arte.
Aunque la institución estaba dirigida por un grupo de tradicionalistas, permitió el diálogo con las nuevas corrientes estéticas, quienes finalmente no tardaron en imponer sus principios renovadores.
La mayor parte de los escritores de la generación que dio impulso al modernismo en la Argentina cultivaron indistintamente la prosa y el verso, en consecuencia no sería correcto separarlos para su estudio de acuerdo con su forma de expresión, sin embargo, pueden dividirse teniendo en cuenta el aspecto en que más se destacaron dentro de su labor literaria. La escuela modernista prolongó su influencia en nuestro medio hasta la época de la muerte de Rubén Darío (1916) para luego dar curso a otras corrientes estéticas .
Entre el grupo de poetas debe citarse a Leopoldo Lugones, Leopoldo Díaz, Ricardo Jaimes Freyre —nacido en Bolivia aunque publicó casi toda su obra en nuestro país—, Eugenio Díaz Romero, Antonio Lamberti, Carlos Ortiz, Martin Goycoechea Menéndez, Carlos Becú, Matías Behety y Diego Fernández Espiro. Entre los prosistas Angel de Estrada —que también fue poeta—, Enrique Larreta, Alberto Ghiraldo y Manuel Ugarte

 
 

Hacia 1910 nace la denominada "generación del centenario". Un componente importante dentro del clima ideológico de ese momento es el hispanismo: el espíritu de conciliación hacia España y la herencia española que tomó auge particularmente después de la guerra hispano-norteamericana, abre paso a una nueva visión del pasado y alimenta el mito de la raza. Esta nueva actitud aparece tanto en La restauración nacionalista (1922), de Ricardo Rojas, como en El solar de la raza (1913), de Manuel Gálvez, donde señala que "ha llegado ya el momento de sentirnos argentinos, de sentirnos americanos y sentirnos en último término españoles, puesto que a la raza pertenecemos". El otro componente es el nacionalismo cultural que, en el marco de una modernización, secularización e inmigración crecientes, lleva a la búsqueda de una tradición nacional propiamente literaria. Representantes de la reacción nacionalista son Ricardo Rojas, Leopoldo Lugones y Manuel Gálvez.

Estas tendencias encuentran su momento de cristalización a partir del establecimiento del Martín Fierro de José Hernández como texto fundador de la nacionalidad. A partir de esta lectura, el gaucho deja de ser el representante de una realidad bárbara que hay que dejar atrás en la marcha hacia la civilización, y se convierte en el símbolo con el que se trama una tradición nacional que el mismo progreso y la inmigración amenazan con disolver. La búsqueda por una identidad nacional lleva, desde diferentes sectores, a una revalorización del Martín Fierro, cuyo punto de condensación son las conferencias de Lugones de 1913, publicadas en 1916 bajo el título El Payador. Lugones da respuesta a una pregunta que formaba parte de las preocupaciones que anidaban en el espíritu del centenario acerca de la existencia de un poema épico que condensara y resumiera el principio original de la nacionalidad, dado que encuentra en el Martín Fierro ese poema épico fundador de la nacionalidad en el cual su héroe —el payador— sintetiza la vida heroica de la raza.

Las dos primeras décadas de la presente centuria integran en la literatura argentina el período del postmodernismo o de la "Generación del Centenario", por cuanto este movimiento cultural heterogéneo desarrolló parte de su actividad principal en tiempos de las grandes conmemoraciones patrióticas. En el aspecto de nuestra evolución política se relaciona con la primera presidencia de Yrigoyen. Fue una época de transición entre el ocaso del modernismo, que prolongó una influencia postrera y ciertas formas vanguardistas que más adelante integrarán el movimiento de la revista "Martín Fierro" y el llamado Grupo de Boedo.
Los intelectuales del postmodernismo pudieron dedicarse con intensidad a su vocación literaria y aunque en ellos se adviertan diversas sensibilidades, existió una común línea estética de conservar lo ya logrado y un intento —bien importante, por cierto— de expresar todo lo argentino en un época en que el sentimiento nacional había permanecido olvidado. Esta generación trató de liberarse de los artificios y preciosismos verbales del modernismo, depuró los aportes recibidos y buscó nuevos modos expresivos. Dio origen a un amplio proceso estético, desde preconizar por vez primera un nacionalismo literario —de oposición al europeísmo característico del 80— como parte de un extenso plan proyectado por Ricardo Rojas en la Restauración nacionalista, hasta llegar a una apertura en lo social y psicológico y un retorno a la tradición clasica.
Con un propósito de reivindicación idiomática, los escritores del Centenario bregaron por una lengua mejor y más depurada —particularmente en la expresión escrita— y se opusieron al voseo y todo intento de bastardeo lingüístico. Consideraron a España como la fuente auténtica del idioma, que en nuestro medio había sufrido la influencia de las expresiones gauchescas y lunfardas. En este movimiento de nacionalismo castizo se enrolaron —entre otros— Ricardo Rojas, Baldomero Fernández Moreno, Arturo Capdevila, Manuel Gálvez y Roberto Giusti.
La poesía continuó bajo la tutela del lirismo modernista, aunque se ensayaron nuevas formas, con un ansia de libertad tendiente a alcanzar un arte puro. Tampoco se abandonaron las auténticas corrientes clásicas y románticas.
La novela se mantuvo dentro de las corrientes realistas, en particular francesas. Su más destacado representante fue Roberto Payró —que tradujo a Emilio Zola— seguido también por Manuel Gálvez en alguno de sus libros, entre ellos el titulado La maestra normal. El realismo se expresó en la novela de costumbres campesinas con Benito Lynch.
La temática de la ciudad alcanzó un primer plano ante una generación que pudo observar la hipertrofia de Buenos Aires, con su cosmopolitismo de "ciudad-babel". El desmesurado crecimiento de la urbe porteña inspiró a los escritores en los más variados enfoques. El arrabal y los prototipos del suburbio, los temas referentes a la "mala vida", a los conventillos y vicios propios del hacinamiento que fueron expresados con realismo por Evaristo Carriego, Manuel Gálvez y Héctor Pedro Blomberg, entre otros.
La literatura de imaginación se enroló de preferencia en la cuestión social del hombre frente al mundo que lo rodea, pero no sólo en el aspecto urbano sino también rural. Dentro de un tono redentor, irónico, sentimental y hasta didáctico, se realizó una atenta descripción de la miseria entre los desheredados de las ciudades y la angustia del campesino ante la explotación rural.
Debido a su brevedad, el cuento alcanzó buena difusión y fue apoyado por un público constante, lector de diarios y revistas. En este género se destacó, con un marcado acento de tragedia y fatalidad, el rioplatense Horacio Quiroga, nacido en Uruguay pero que escribió y publicó toda su obra en la Argentina.

 
 

En el panorama generacional del Centenario se producen nuevos aportes que favorecen la actividad del intelecto. Se impone el profesionalismo entre los escritores pues la mayoría de ellos viven de su pluma o desempeñan actividades acordes con su capacidad. El 29 de setiembre de 1910 fue promulgada la ley de propiedad literaria y en 1913 Ricardo Rojas inaugura en la Facultad de Filosofía y Letras la cátedra de Literatura Argentina, la primera de esta asignatura que funcionó en el país. Poco más tarde, el mismo estudio figuraría en los programas de la enseñanza secundaria.
La publicación de la Historia de la literatura argentina, de Ricardo Rojas, significó un acontecimiento de importancia en el panorama de la labor intelectual. La primera edición vio la luz dividida en cuatro tomos de formato mayor, de acuerdo con el siguiente orden cronológico: Los gauchescos (1917); Los coloniales (1918): Los proscriptos (1920), y Los modernos (1922). La obra obtuvo el Premio Nacional de Letras otorgado por la Universidad de Buenos Aires. En este trabajo fundamental, consecuencia de numerosas lecturas e investigaciones personales en diversos archivos, el autor creó cuatro grandes ciclos para ofrecer por vez primera un estudio sistemático de nuestra literatura y también —como lo aclara en el subtítulo— un ensayo filosófico sobre la evolución de la cultura en el Plata. Partiendo de la doctrina la tierra forja la raza, Ricardo Rojas, basado en su credo indianista, presenta a la literatura en función de la nacionalidad.
La disminución de los índices de analfabetismo —debido a la aplicación de la Ley N° 1420— y el gradual aumento de un público lector surgido en gran parte de la clase media motivó que a partir del año 1915 algunas editoriales privadas iniciaran la difusión de libros pertenecientes a autores nacionales. En esta forma aparecieron las Ediciones Mínimas y La Biblioteca Argentina, seguidas, por La Cultura Argentina, esta última bajo la dirección de José Ingenieros, que abarató los precios de venta para extender su función educativa.
A comienzos de este siglo aparecieron revistas literarias que fueron portavoces de un grupo, el cual a su vez, expresó los puntos de vista de su generación. Esta actividad crítica, a veces con enfoques novedosos que aún tienen vigencia, se expresó a través de algunas publicaciones especializadas. La primera de ellas fue " Ideas" (1903-1905), que fundaron Manuel Gálvez y Ricardo Olivera. Le siguió la revista literaria más importante de las primeras cuatro décadas de este siglo en la Argentina, titulada "Nosotros", que apareció en dos épocas (1907-34 y 1936-43). En los 390 números de su larga existencia enroló a los más destacados escritores y críticos de nuestro medie. Fue dirigida por Roberto Giusti y Alfredo Bianchi.

El primer número de la revista "Ideas" tiene fecha del 1° de mayo de 1903. La colección completa comprende seis tomos. El primer artículo titulado Sinceridades, lo firma Ricardo Olivera, quien en uno de sus pasajes escribe: "No es una revista conservadora ni tampoco una revista revolucionaria: no pertenece a ninguna escuela. En sus páginas recibirán hospitalidad afectuosa todos nuestros verdaderos intelectuales ".
El primer tomo comprende los números de mayo, junio, julio y agosto de 1903; el segundo tomo los correspondientes a setiembre, octubre, noviembre y diciembre de ese año. En total 8, numerados mensualmente. El tercero y cuarto tomos abarcan los núrneros de enero a agosto de 1904. El quinto los comprendidos entre setiembre y diciembre de ese año. En total del 9 al 20. El sexto tomo comprende los números editados mensualmente entre enero y abril de 1905 (del 21 al 24).
Entre los primeros colaboradores de "Ideas" recordemos a Ricardo Olivera, Emilio Ortiz Grognet, Julián Aguirre (Música), Juan Pablo Echagüe (Letras Argentinas), Emilio Becher (Letras Francesas), Manuel Gálvez (Teatro), Martín Malharro (Pintura y Escultura). Luego se incorporaron Ricardo Rojas (Letras Hispanoamericanas), Atilio Chiappori (Letras Argentinas), Abel Cháneton (Teatro), etc.
La colección de "Nosotros" es el fiel testimonio de toda una época en la literatura de nuestro país. La revista fue testigo de un largo período de evolución cultural y en sus páginas tuvieron cabida numerosos escritores, desde los representantes de la bohemia de principios de siglo, hasta los vanguardistas de épocas más recientes.
La amistad entre sus directores Giusti y Bianchi surgió años atrás, en las aulas de la Facultad de Filosofia y Letras de Buenos Aires. Ellos concibieron la nueva publicación y Alberto Gerchunoff fue quien sugirió el título. En 1910, la revista debió interrumpir por un año su contacto con los lectores. En julio de 1912 y debido a problemas económicos se organizó la Sociedad Cooperativa Nosotros que presidió Rafael Obligado. A partir de entonces la revista cambió de formato, amplió el número de sus páginas e incorporó nuevos colaboradores, hasta contar con la casi totalidad de los escritores más representativos de aquella época. En 1921, "Nosotros" publicó el manifiesto del "ultraismo" de Borges y, al año siguiente, la primera antologia de esa orientación literaria. El último número de la primera época de la revista es el 299-300, correspondiente a abril-diciembre de 1934.
Dieciséis meses despues comenzó la segunda época (abril de 1936) que comprende 90 números. En el primero realizó una encuesta sobre "América y el destino de la civilización occidental", que obtuvo la respuesta de muy destacados escritores. El número correspondiente a mayo-julio de 1938 dio a conocer una muy importante documentación sobre Lugones. El último número extraordinario correspondiente a abril-junio de 1943 (85-87) está dedicado a la memoria de uno de sus directores, Alfredo Bianchi, fallecido poco antes.
Finalmente, "Nosotros" dejó de aparecer en setiembre de 1943.

El creciente interés del público por obras en prosa y en verso de autores nacionales motivó la publicación —en la segunda década de la presente centuria— de tres antologías literarias: Nuestro Parnaso creada por Erneslo Barreda, Anlología contemporánea de poetas argentinos de Ernesto Morales y Diego Novillo Quiroga, y una selección efectuada por Manuel Gálvez con el título de Los mejores cuentos.

 
 

Numeroso y calificado es el grupo intelectual que puede ubicarse dentro de la generación que nos ocupa. Es conveniente aclarar que el ordenamiento en poetas y prosistas siempre ofrece dificultades, por cuanto son varios los que cultivaron con igual acierto ambos medios expresivos.
Entre los poetas y dentro del lirismo predominante, se advierten diversos matices. Algunos como Ricardo Rojas, Enrique Banchs, Arturo Marasso y Pedro Miguel Obligado utilizaron el verso con severa sobriedad y contención del sentimiento; otros fueron evocativos y emocionales —Arturo Capdevila, Alfonsina Storni— o bien se destacaron por su sencillez y fuerza expresiva, como Baldomero Fernández Moreno o Evaristo Carriego. La prosa que comprende a los narradores y ensayistas que continuaron dentro del realismo tradicional reunió figuras de alto nivel. Cabe mencionar nuevamente a Ricardo Rojas y Arturo Capdevila junto a Horacio Quiroga, Manuel Gálvez, Alberto Gerchunoff, Hugo Wast (seudónimo de Gustavo Martínez Zuviría) Carlos Alberto Leumann, etc. Dentro de esta generación y con matices de costumbrismo y narrativa rural, deben recordarse los nombres de Roberto Payró, Benito Lynch y Ricardo Güiraldes.

 
 
       

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