Extensión y población

Al iniciarse el siglo XVII abarcaba la gobernación del Tucumán las actuales provincias de Jujuy y Salta, Catamarca, La Rioja, Tucumán, Santiago del Estero y Córdoba, en su conjunto unos 700.000 km2, con ocho ciudades: Jujuy, Salta, Madrid de las Juntas, Talavera o Esteco, La Rioja, San Miguel del Tucumán, Santiago del Estero y Córdoba. En ese vastísimo escenario los españoles sumaban unos 700, la mitad de los cuales eran vecinos encomenderos; los otros eran simples moradores o mercaderes.

La extensión no equivale en este caso a ocupación; los pobladores españoles se concentraban en las ocho ciudades, que eran simples aldeas, y sus alrededores; el resto era tierra virgen, en la que los blancos no tenían dominio efectivo alguno.

La población propiamente colonizadora se calculó en pocos millares; los indios pasaban de 24.000. 

En una carta al rey, en 1596, Ramírez de Velasco informaba: 

"La gobernación del Tucumán tiene más de 50.000 indios, los cuales no dan tributo a sus encomenderos, sino tan solamente el servicio personal, con el cual son muy vejados y trabajados, y se van consumiendo y acabando, y las mujeres son tributarias porque las hacen hilar una onza de algodón cada día y no pueden acudir a servir a sus maridos y criar a sus hijos a cuya causa se huyen muchos de ellos al Perú y otras partes dejándolas en aquel vasallaje y trabajo, y lo peor es que se vuelven a casar en la provincia donde residen"...

En la fundación de las ciudades españolas, aldeas humildes, se tenía en cuenta la proximidad de poblados indígenas para el servicio de las encomiendas; o bien se levantaban como baluartes de defensa en las rutas comerciales o de tránsito.

Catamarca surgió en el valle de Londres, como medio de aprovechar la existencia de pueblos diaguitas mansos y para vigilar desde allí a los calchaquíes guerreros. Los españoles, descendientes de antiguos conquistadores o recién llegados, constituían una clase dirigente; ninguno quería descender a la clase baja: eran encomenderos, funcionarios, comerciantes; todos tenían por bajo y vil el trabajo manual práctico y no se consideraban honrados si labraban la tierra, cuidaban de sus ganados o elaboraban los productos; para esos menesteres utilizaban a los indios o importaban negros esclavos.

De esa manera vemos aparecer una población criolla, mestiza, que sirvió de intermediaria entre los señores españoles y los indios, atraída en ello por la vida ociosa de los campos como capataces o mayordomos, o bien trató de imitar a sus padres y quiso tener encomiendas a su vez, detentar cargos públicos o ser sacerdotes. Como los negros eran pocos y se dedicaban a los servicios domésticos, el trabajo material agotador recaía sobre los indios encomendados, que constituyeron el pueblo bajo, la clase laboriosa.