José de San Martín
San Martín, su vida San Marítn, su paso por el ejército San Martín y su inserción en la política Comentarios acerca de San Martín Bibliografía
Cuando San Martín regresó a Lima, convocó al Congreso para el 20 de septiembre. Ante los congresales declinó la investidura que se había impuesto un año antes devolviendo la banda bicolor que era su símbolo, diciendo: "Al deponer la insignia que caracteriza el jefe Supremo del Perú no hago sino cumplir con mis deberes y con los votos de mi corazón. Si algo tienen que agradecerme los peruanos es el ejercicio del poder que el imperio de las circunstancias me hizo aceptar". Y en una proclama de ese mismo día recordó: "Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra están cumplidas: hacer la independencia y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos. La presencia de un militar afortunado, por más desprendimiento que tenga, es temible a los Estados que de nuevo se constituyen". Aquella misma noche se embarco en el puerto de Ancón rumbo a Chile. Atravesando la cordillera de los Andes de regreso a Buenos Aires se cruzó, en febrero de 1823, con el oficial Manuel de Olazábal, quién años después contó como fue el encuentro: "El general San Martín iba acompañado de un capitán y dos asistentes; dos mucamos y cuatro arrieros con tres cargueros de equipaje. Cabalgaba una hermosa mula zaina con silla de las llamadas húngaras y encima un pellón, y los estribos liados con paño azul por el frío del metal. Un riquísimo guarapón (sombrero de ala grande) de paja de Guayaquil cubría aquella hermosa cabeza en que había germinado la libertad de un mundo y que con atrevido vuelo había trazado sus inmortales campañas y victorias. El chamal chileno cubría aquel cuerpo de granito endurecido en el vivac desde sus primeros años. Vestía un chaquetón y pantalón de paño azul, zapatos y polainas y guantes de ante amarillos. Su semblante decaído por demás, apenas daba fuerza a influenciar el brillo de aquellos ojos que nadie pudo definir." Cuando se acercó, Olazábal se precipito hacia él y lo abrazó por la cintura, llorando. El general puso el brazo izquierdo sobre su cabeza y lleno de emoción sólo pudo decirle: "¡Hijo!" El melancólico regreso iniciaba el camino del renunciamiento que él había elegido.
 
 

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