Cobres federales y emisiones privadas A
consecuencia de la revolución del 11 de Septiembre de 1852, Buenos Aires
se escindió de la Confederación, que fijó su capital en la ciudad de
Paraná, según lo anotáramos. Mientras los porteños emitían billetes
y monedas de cobre, los federales se veían obligados a restañar su penosa
situación financiera. Con tal fin, el 9 de Diciembre de 1853 se aprobó
el Estatuto para la Organización de la Hacienda y Crédito Público, obra
de Mariano Fragueiro, ministro del ramo, que creaba el Banco Nacional
de la Confederación Argentina, autorizado a emitir billetes y acuñar
metálico, y, más tarde, a recibir moneda cordobesa y riojana.
La
historia de estas piezas se perdió lamentablemente con el Archivo de
la Confederación, pero se sabe que no fue ajeno a ellas un antiguo prestamista
brasileño, José de Buschenthal. Parte de estas labraciones se hizo en
Inglaterra, presumiblemente en alguna de las manufacturas de fichas
y botones de esa época. Sin embargo, existe una partida de cobres de
4 centavos, que quizá fue troquelada en Brasil. Entre
1860-61 -últimas emisiones riojanas, últimas de Buenos Aires- y 1881
no hubo acuñación de moneda metálica en nuestro país. La escasez de
numerario se fue paliando con divisas de los países limítrofes, especialmente
de Bolivia. Pero aparecen también emisiones privadas dignas de mención. La
primera de ellas fue realizada en la Colonia San José, establecimiento
fundado por justo José de Urquiza en 1857, en parte de sus tierras,
con colonos procedentes de Suiza e Italia. Estos, que se afincaron en
la zona, dieron origen a una floreciente ciudad agrícola-ganadera. Hacia
1867, sin embargo, la penuria de monedas en la colonia producía graves
inconvenientes en las transacciones, ya que los habitantes, de origen
extranjero, no alcanzaban a comprender las fluctuaciones del papel moneda
y los vales emitidos entonces en Entre Ríos y otras provincias argentinas. Urquiza concibió la idea de labrar piezas de plata del valor de medio real, con lo que pretendía solucionar el problema. Para ello pidió el concurso del grabador italiano Pablo Cataldi, quien acuñó pequeñas monedas con el escudo de Entre Ríos en el anverso, y en el reverso, en seis líneas: MONEDA CIRCULANTE DE SAN JOSE, UN MEDIO, 1867; las piezas tenían canto estriado y un peso de 1,7 gramos. Moneda
eminentemente local, se utilizó en forma restringida, avalada sobre
todo por el prestigio de su emisor, quien tal vez desconocía la famosa
Ley de Gresham. Ella nos enseña que cuando dos monedas se encuentran
en circulación, siendo una buena y otra mala, la primera desaparece
casi de inmediato, quedando en circulación sólo la última. Eso fue lo
que ocurrió en Entre Ríos: las moneditas de plata fueron acaparadas
por el público y se llegó a pagar por ellas hasta dos reales, cuatro
veces más. Es
curioso señalar que Cataldi, gravemente afectado en su salud mental,
utilizó luego los cuños de San José para troquelar diversas piezas de
fantasía, combinando sus anversos y reversos con otros, imaginarios,
de su invención.
Al tomar contacto con los indios mapuches -que conservaban su soberanía sobre una extensa zona-, pudo convencerlos de fundar un reino y se hizo proclamar monarca con el nombre de Orélie-Antoine. Poco tiempo después se anexaba por decreto toda la Patagonia argentina. Los
gobiernos de nuestro país y de Chile intervinieron rápidamente; Tounens
fue detenido y enviado a Chile, donde quedó bajo la protección del cónsul
francés, quien consiguió salvarlo, enviándolo de retorno a su tierra. En
París, mediante una hábil publicidad, Tounens logró conmover a la opinión
pública en su favor, y organizó una expedición a su lejano reino. Hubo
tres intentos de llegar al Sur; en uno de ellos, fue reconocido y detenido
en Bahía Blanca, volviendo definitivamente a Francia. En 1874 acuñó
monedas de plata y cobre con el nombre del rey de Araucania y Patagonia,
que distribuyó entre sus amigos, y que nunca vinieron a nuestro país. Más
tarde, Tounens creó la Orden de la Constelación del Sur, que otorgó
a diversas personalidades. En la actualidad existe también un pretendiente
al trono de Araucania y Patagonia. Tounens falleció el 19 de Septiembre
de 1878. La
tercera acuñación privada que se vincula con nuestra historia monetaria,
es la realizada por Julio Popper en Tierra del Fuego. Este ingeniero
rumano llegó a Buenos Aires en 1885, y al año siguiente realizó exploraciones
y cateos en Tierra del Fuego, donde se habían descubierto ricos
yacimientos auríferos. En 1887, en el paraje llamado El Páramo (Bahía de San Sebastián), fundó los "Lavaderos de Oro del Sur", para explotar racionalmente los recursos de la zona. Popper y sus mineros consiguieron extraer interesantes cantidades de oro aluvional, compuesto en un 86,4 por ciento de fino y un 13,6 por ciento de plata. Para facilitar las transacciones
que se hacían en pepitas u oro en polvo, y con el fin de alimentar al
mismo tiempo su leyenda de empresario poderoso, Popper acuñó discos
de oro con el peso de 1 y 5 gramos, que llevan su nombre y el de su
establecimiento, al estilo de los emitidos en California durante la
fiebre del oro. También estableció un sistema de correos con estampillas
propias, situaciones que dieron lugar a la intervención judicial. Aunque Popper señaló en
el juicio que se trataba de simples medallas, las piezas fueguinas deben
ser consideradas monedas en el sentido más primitivo del término: piezas
de oro cuyo peso y ley fue garantido por una autoridad, en este caso,
privada. Las más antiguas se fabricaron en El Páramo con cuños grabados
por el Propio empresario. Son de tipo tosco y primitivo, debido a la
precariedad de medios, y constituyen hoy una rareza. Una segunda emisión,
más perfecta, se encargó a |