Renovación de la guerra de corso.

A mediados de la guerra, cuando tuvo lugar la acción de Monte Santiago, la guerra terrestre sufrió una etapa de paralización; Alvear dimitió el mando por falta de recursos para continuar la lucha; se acentuaba la resistencia de las provincias al gobierno nacional y al envío de contingentes; se agregó a todo eso el fracaso de la misión García en busca de una paz honorable y la renuncia del presidente Rivadavia.


Vuelve la pirateria

Sobrevino el golpe de gracia a la pequeña escuadra en Monte Santiago. El emperador dio orden al barón del Río de la Plata para intensificar el bloqueo, bombardear Buenos Aires e incendiar los barcos surtos en el puerto. Pero aún sin escuadra, el almirante Brown imponía respeto y Buenos Aires no fue bombardeada.

El gobierno, acosado por la oposición del interior y por la crisis interna, no dejó de ocuparse de gestionar auxilio en el extranjero y de intensificar el único recurso que le quedaba en el mar: la guerra de corso y muy pronto Brown volvió a dar que hacer al enemigo con sus audaces golpes de mano de guerrillero del mar.

Inglaterra no quiso comprometer su neutralidad cediendo a las requisitorias de la Argentina; únicamente se logró transportar desde Valparaíso el armamento de la desahu-ciada Montevideo a bordo de la Juncal que mandaba Juan Coe; regresó en setiembre de 1826 forzando de noche la línea del bloqueo; con él llegaron marinos expertos reclutados en Chile.

En agosto renovó Brown la expedición frustrada en abril en Monte Santiago, sirviéndose al efecto de los tres buques capturados en Patagones: las corbetas Chacabuco e Ituzaingó y el bergantín-goleta Patagones, al mando de Bynon. La primera de esas naves debió regresar a los cinco días y quedó abandonada como inútil para toda navegación; la Ituzaingó obtuvo diez presas en tres meses; A su regreso también fue dada de baja como inservible; el Patagones, en el mes y medio de crucero, en el que hizo muchas presas, fue apresado por el bergantín Imperial Pedro después de una tentativa de abordaje en la que murió el capitán Love.

El corso adquirió mayor intensidad, pero había el inconveniente de la clausura del río de la Plata para la remisión de las presas y el Brasil contaba con una escuadra numerosa todavía.

Francisco Fourmantin, con el Lavalleja, operó durante ocho meses en la costa brasileña y capturó 40 embarcaciones causando mucha alarma. El Lavalleja encalló y se perdió en la costa del Salado a mediados de 1826; sus éxitos alentaron la codicia de armadores y corsarios, que operaron en la boca del río con buques de escaso porte para dificultar el abastecimiento de Montevideo y de la escuadra surta en aquel puerto. Todos solían enviar sus presas a Patagones.

Francisco Fourmantin

Francisco Fourmantin fue un marino de origen francés que luchó como corsario al servicio de la República Argentina en la Guerra del Brasil, como Jefe de Escuadra y Comandante General de Artillería de las fuerzas de Fructuoso Rivera durante la Guerra Grande, Comandante de Carmen de Patagones y de Bahía Blanca y Comandante de la Escuadra del Estado de Buenos Aires en los últimos meses de la Guerra entre la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires.

Cesar Fournier

Después de Fourmantin y de Harris, que habían adquirido celebridad, entró a operar otro corsario de origen franco-italiano, César Fournier. En la costa de Maldonado capturó en setiembre de 1826 la goleta Real Paulistana, de 8 cañones y 60 hombres, que rebautizó como Maldonado y actuó ya en el combate de Juncal. Intentó el abordaje de otro bergantín, el Río de la Plata, pero fue rechazado con pérdidas. Sus proezas le valieron la incorporación a la escuadra; en agosto de 1827 se le confió el mando del Congreso para un crucero por la costa brasileña. En esa campaña hizo 24 presas. Se mantuvo dos meses sobre el Janeiro, capturando e incendiando barcos y dando muestras de extraordinaria audacia; a su regreso fue interceptado por los bloqueadores e incendiado cerca de Ensenada.

El corso, en el segundo semestre de 1826, adquirió tal peligrosidad para la navegación comercial brasileras que muchas naves de guerra debieron ser dedicadas a su persecución, privando así a la escuadra de marinos capaces. Llegó a su máximo desarrollo en 1827 y declinó en 1828. La gran mayoría de los corsarios eran extranjeros, algunos de ellos radicados en el país; otros quedaron luego definitivamente en él.

En la segunda mitad de 1827 tuvieron lugar los cruceros de Fournier y Jorge de Kay; el número de los corsarios fue en aumento; se hicieron unas 300 presas, zumacas de cabotaje de 100 a 200 toneladas de porte; el beneficio efectivo fue mínimo tanto para el corsario como para el armador, pues únicamente la cuarta parte de las presas llegó a buen puerto. En 1828, cuando disminuyó la guerra de corso y algunos corsarios fueron capturados y acusados de piratería, se distinguió el capitán Juan Coe en el bergantín Niger.

En octubre y noviembre de 1827 hubo ataques brasileños al fondeadero mismo de Los Pozos, persiguiendo buques con pertrechos que habían burlado el bloqueo; aprovechando el río crecido, el 12 de abril de 1828 anclaron las naves bloqueadoras en Los Pozos y sostuvieron varias horas de cañoneo con la escasa fuerza naval de Brown, cuya debilidad por entonces era notoria.

El coronel Fournier recibió el encargo de adquirir barcos en los Estados Unidos y partió en enero de 1828 en la Juncal. Adquirió en Nueva York una corbeta y un bergantín, pero un ciclón aventó los barcos en el viaje de regreso y no se volvió a saber de ellos  solamente uno, el bergantín Dorrego, operó algunos meses en el Atlántico hasta la costa de África.

Dorrego había logrado que las provincias enviasen contingentes para la continuación de la guerra, aunque eran de calidad inferior, y en cuanto a las tripulaciones de los barcos de la flotilla, se formaban con delincuentes sacados de los presidios que buscaban así la oportunidad para desertar.

Brown no se dio por vencido y siguió activo en la adquisición y tripulación de nuevas naves; por suscripción popular adquirió y equipó cuatro barcos; dos de ellos fueron enviados a realizar cruceros en la costa brasileña; uno, al mando de Juan Coe, hizo 23 presas, que despachó a Bahía Blanca; la corbeta General Dorrego, cuando intentó burlar el bloqueo, cayó en manos del enemigo con 200 tripulantes.

Los estragos y molestias de la guerra corsaria influyeron tanto en el deseo de paz del emperador del Brasil como las operaciones terrestres.

El 17 de setiembre de 1828 llegó a Buenos Aires la convención preliminar de paz, la cual fue transmitida a la convención nacional reunida en Santa Fe para su ratificación. Una semana después se canjearon en Montevideo las ratificaciones y uno de los comisionados en ese acto fue el almirante Brown. La guerra se dio por terminada.