Batalla de Ayacucho

La batalla de Ayacucho fue el último gran enfrentamiento dentro de las campañas terrestres de las guerras de independencia hispanoamericanas (1809-1826) y significó el final definitivo del dominio administrativo español en América del sur. La batalla se desarrolló en la Pampa de Quinua o Ayacucho,15​ Perú, el 9 de diciembre de 1824. La victoria de los independentistas supuso la desaparición del contingente militar realista más importante que seguía en pie, sellando la independencia del Perú con una capitulación militar que puso fin al Virreinato del Perú.

Maniobras realistas antes de la batalla de Ayacucho

La situación no era favorable para los patriotas todavía. Buques de la escuadra española habían vuelto a dominar en las costas y derrotaron a la escuadra peruana, que debió refugiarse en Guayaquil. El Callao seguía en manos del coronel Rodil, que rechazó el 3 de diciembre de 1824 una tentativa de asalto del general Urdaneta, causándole muchas pérdidas.

Olañeta había sido batido por la división de Valdés y éste pudo regresar a tiempo para reforzar los efectivos de La Serna en el Cuzco.

Bolívar, al delegar el mando, recomendó a Sucre que se mantuviese en Andahuaylas, sobre el río Pampas, y que permaneciese allí hasta la llegada de los refuerzos que había pedido a Colombia. Pero Sucre no creyó seguro aquel emplazamiento y diseminó sus unidades en una extensión de 100 kilómetros, quedando así a merced de cualquier ofensiva concentrada del enemigo, que procuraría no darle tiempo para reunir las unidades dispersas.

La Serna contaba en octubre de 1824 con 10.000 hombres y 11 piezas de artillería y los agrupó de este modo: una vanguardia a las órdenes de Monet; una primera división al mando del general en jefe, una segunda división al mando del general Villalobos; la división de caballería a las órdenes del general Ferraz. 

A comienzos de octubre, los realistas se hallaban concentrados sobre el Apurimac, con la vanguardia en Accha y el resto entre Paruro y Cuzco.

Convocó Sucre una junta de guerra y en ella se decidió no moverse hasta la llegada de los refuerzos prometidos; el comandante en jefe se limitó a efectuar personalmente reconocimientos; comprobó la presencia de Valdés en Accha y avanzadas enemigas en otros pueblos al oeste de Apurimac. Quiso mejorar sus posiciones adelantando el ejército hacia Mamará, pero nuevas instrucciones de Bolívar le prevenían que no se comprometiese en ninguna acción con las fuerzas divididas, y desistió. Pero La Serna no quiso dar tiempo a que los patriotas mejorasen su situación y abrió las operaciones el 24 de octubre.

Los realistas se proponían cortar la retirada de los patriotas hacia Jauja y hacia Lima, y para ello querían flanqueados por su ala oeste y colocarse a sus espaldas, obligándolos a combatir con frente invertido. La división de Valdés se situó en Mamará el 31 de octubre y destacó partidas de exploración a la zona ocupada por los independientes.

Sucre estuvo informado de los movimientos del enemigo y comprendió la intención de los mismos; dispuso el repliegue de sus fuerzas hacia el norte y eludió el envolvimiento que proyectaban los realistas. En los primeros días de noviembre llegaron los patriotas al río Pachachaca, donde se establecieron en posiciones defensivas, quedando reunidos en un frente de 14 km con el ala este apoyada en un afluente del Apurimac y fuertes reservas en el ala contraria.

Frustrados en sus propósitos, los realistas insistieron en su plan de sobrepasar las posiciones de los patriotas antes de librar batalla y se dirigieron por Challhuanca hacia Andahuaylas para cortar a Sucre la retirada en la línea del río Pampas; consiguieron su objetivo avanzando a marchas forzadas, cruzaron el río aguas arriba del camino 

real y ocuparon la margen opuesta antes de la llegada de los patriotas. Sucre quedó imposibilitado así para retroceder; los caminos hacia Jauja y Lima habían sido copados por el enemigo.

Durante tres días los ejércitos enemigos maniobraron río por medio sin decidirse a atacar. Por fin Sucre pudo desplazarse hacia el noroeste y se dirigió a las alturas de Matará, unas tres leguas al sur de Ayacucho, alturas que ocupó el 2 de noviembre después de desalojar de ellas a un pequeño destacamento enemigo que las había ocupado anteriormente.

La Serna intentó entonces atraer a los patriotas hacia el llano, pero Sucre rehuyó esa maniobra y logró evitar el contacto y dirigirse hacia el norte por las faldas de la cordillera oriental, escapando nuevamente al encierro; corrieron los realistas hacia el este, pero no llegaron a tiempo para cortar la retirada del enemigo. La división Valdés fue la única qtie logró tener contacto con la retaguardia patriota formada por el batallón colombiano Rifles, que protegía la marcha del ejército por la quebrada de Corpahico; Valdés se lanzó sobre esa unidad y la derrotó, pero la resistencia que le ofreció ese batallón permitió a Sucre alejarse en dirección a Huamanga.

Los realistas insistieron en el envolvimiento de los patriotas, pero el 4 de noviembre alcanzó Sucre una posición favorable en Tambo Cangallo y se dispuso a librar allí la batalla, que La Serna rehusó, buscando un terreno más ventajoso. Los patriotas reanudaron la marcha la misma noche y el 6 llegaron a la pampa de Ayacucho, donde se detuvieron y tomaron posiciones para hacer frente a los perseguidores; el ejército realista los siguió y penetró en la quebrada de Huamanguilla; el 8, al atardecer, tomó posesión de las alturas de Condorkanqui o Condorcunca, , frente al dispositivo enemigo.

La perspectiva no era nada favorable; más bien era francamente peligrosa para los patriotas, que sumaban 6:000 hombres y debían hacer frente a 10.000 realistas. Una pequeña columna de refuerzo que avanzaba desde Jauja había sido destruida; además, las poblaciones de Jauja y Huamanga se habían revelado en favor de los españoles y cortaban así las comunicaciones de los patriotas con Lima y el valle central.

Pedro Antonio Olañeta



Después de la Batalla de Ayacucho, Olañeta se negó a aceptar la rendición del Ejército Real del Perú y se mantuvo en actitud desafiante frente a las invasiones dirigidas por Antonio José de Sucre desde el norte y por Arenales desde Salta. Pero muchos de los oficiales de Olañeta lo abandonaron rápidamente, y Sucre ocupó el Alto Perú sin resistencia. Uno de los últimos oficiales que permanecieron leales a Olañeta fue el teniente coronel Medinaceli, pero cuando Olañeta ordenó a Medinaceli salir al cruce de Arenales, Medinaceli se pasó a los patriotas. Furioso, Olañeta lo atacó en la Batalla del Tumusla el 1 de abril de 1825. El general Olañeta, al saber de la defección de Medinaceli, se puso en movimiento para ir a sofocarla en su cuna. Retrocedió del punto donde estaba y se dirigió a Cotagaita con 700 hombres. Mientras tanto Medinaceli había tomado posiciones en el río Tumusla, donde Olañeta lo atacó el 1 de abril de 1825. El combate concluyó a las siete de la tarde. Herido por tiros de fusil el día 1 de abril, Olañeta cayó en tierra, a cuya vista sus soldados se dispersaron, entregándose algunos al jefe vencedor. Olañeta falleció al día siguiente, el 2 de abril. Ese mismo día Medinaceli remitió el parte de la batalla al mariscal Sucre.

La Batalla de Ayacucho

Bolívar envió nuevas instrucciones a Sucre autorizándole a combatir cuando lo creyese oportuno; pero en la situación creada no había opción a admitir o rechazar la batalla; o se aceptaba la lucha para abrirse paso o el ejército patriota quedaba a merced del enemigo. Si la suerte del encuentro era aciaga, la causa de la independencia vería destruidas las únicas armas con las que podría sostenerse y quedarían así esterilizados los sacrificios hechos en casi tres lustros; pero si fuese vencido el virrey, habría desaparecido el último de los ejércitos realistas en América del Sur; el destino del continente, pues, iba a jugarse de un momento a otro.

Los realistas también comprendieron que debían jugar la última carta y reunieron todas sus fuerzas para emplearlas en un esfuerzo supremo, en este caso, contra un ejército muy inferior en número. De ahí el interés en imposibilitar que pudiera eludir nuevamente el encuentro y desmoralizar las tropas perseguidoras en marchas penosas. Cuando La Serna creyó llegado el momento buscado, se dirigió decididamente al campo de batalla dejando atrás los bagajes e impedimentos para favorecer la movilidad.

Sucre eligió el terreno que le pareció más favorable para el enfrentamiento inevitable. El lugar era una pequeña planicie de 1.600 metros de largo por 700 de ancho, entre el pie del cerro Condorkanqui y el caserío de Quinua; los indígenas lo llamaban pampa de Ayacucho. Quebradas casi impracticables limitaban la explanada por ambos flancos; además, la cortaban transversalmente dos hondos cauces de arroyos secos que impedían una acción ofensiva; uno de ellos corría al pie del cerro y el otro a unos 1.500 metros del mismo; entre ambos quedaba ui espacio de apenas 700 metros cuadrados, la única parte del terreno que permitía alguna maniobra.

Posición de los patriotas. Ocupó Sucre una posición defensiva en una suave lomada detrás del cauce más distante del cerro; la división del general Córdoba formó el ala derecha; la división peruana de La Mar, la izquierda; en el centro, algo más atrás, quedó una agrupación de reserva con la primera división colombiana al mando del general Lara; la caballería quedó a sus órdenes inmediatas.

La posición no podía ser atacada más que por su frente y las fuerzas enemigas debían desplegar en un espacio tan estrecho que para un gran ejército era una especie de desfiladero. La Serna se había posesionado de Condorkanqui y sus contingentes debían descender por las laderas del cerro en formaciones cerradas, sin espacio para desplegar hasta después de atravesar el cauce al pie del mismo. El descenso del cerro y el cruce del primer cauce caían bajo el fuego de la artillería patriota. Pudo haber descendido durante la noche para alcanzar la planicie al amparo de la oscuridad, pero en cambio hizo avanzar la división de Valdés en la madrugada para que protegiese el despliegue de las tropas. Valdés se situó al cerrar la noche frente al dispositivo de Sucre y tuvo algunas escaramuzas con partidas enemigas avanzadas. El 9 de noviembre amaneció luminoso; los realistas debían cumplir el plan siguiente:

En primer término debían llegar a la superficie llana para desplegar en ella y disponerse al ataque, es decir, la. llanura entre ambos cauces profundos. Valdés operaría para ese propósito sobre el ala izquierda enemiga y trataría de concentrar la atención de ésta para facilitar entretanto el descenso de la división Villalobos, que se lanzaría sobre el ala derecha para cruzar el cauce al pie del cerro con la protección de un batallón adelantado y ocupar espacio a su frente; de ese modo podría entrar en acción la' caballería y la artillería; más atrás y en el centro seguiría la división Monet.

Logrados esos objetivos previos, el ejército entero libraría combate a fondo sobre la posición de Sucre, en tanto que la caballería se lanzaría sobre el ala derecha patriota por hallar en ese sector el terreno más apropiado para su empleo.

Los batallones realistas iniciaron el descenso del Condorkanqui a las 10 de la mañana. Valdés abrió el fuego con 4 piezas de artillería y lanzó su primer ataque, que obligó a la división peruana a retroceder. El éxito le alentó a proseguir el ataque mientras retrocedían las fuerzas de La Mar; Sucre aproximó entonces al ala izquierda la división de Lara para sostenerla.

Mientras ocurría esto, en el ala opuesta el batallón de vanguardia de la división Villalobos salvó el cauce al pie del cerro y avanzó rápidamente; su jefe, Rubin de Celis, en lugar de cumplir las instrucciones que llevaba, ordenó el ataque contra toda la división de Córdoba; el batallón fue rechazado y en su repliegue desordenado sembró la confusión en la cabeza de la división de Villalobos que avanzaba detrás; Rubin de Celis murió en la acción.

Al percibir Sucre ese instante favorable en su ala derecha, ordenó a Córdoba que contraatacara y lo reforzó con parte de la caballería. Córdoba avanzó impetuosamente sobre el batallón en retroceso y lo arrojó contra la propia división, a la que desorganizó de ese modo, impidiéndole contener la agresividad de los colombianos.

La primera fase del plan realista quedó frustrada. La Serna ordenó a Monet que avanzase con toda rapidez para llamar la atención sobre él y ganar así tiempo para reorganizar la división de Villalobos; pero Córdoba no se desvió y siguió adelante, hasta que fue paralizado momentáneamente por Canterac, que había entrado en acción contra él al frente de dos batallones.

Monet llegó al campo de batalla y lo cruzó velozmente y, en pocos momentos, se situó delante de la posición patriota e inició el cruce del cauce que la protegía. Sucre hizo aproximar el escuadrón de los húsares de Junín al mando de Isidoro Suárez, y el de los granaderos a caballo que mandaba el coronel Alejo Bruix. Los dos escuadrones cargaron contra las tropas de Monet y las arrojaron nuevamente al barranco; el ataque fue tan impetuoso que las primeras compañías de la división enemiga fueron destrozadas, precipitándolas en el hondo cauce, donde habían penetrado ya otras unidades que se vieron forzadas a retroceder en desorden y se desbandaron. El ataque de la división Valdés fue paralizado; las fuerzas de La Mar, reforzadas por las de Lara, hicieron pie también y se sostenían frente a la masa de atacantes.

El dispositivo ofensivo de los realistas quedó desarticulado. La división Villalobos se hallaba al fin de la capacidad de resistencia contra el empuje de los colombianos; las tropas de Monet huían hacia el Condorkanqui y las de Valdés se esforzaban inútilmente por mantener las posi-clones alcanzadas.

Todo esto ocurrió en el desarrollo de la primera fase del plan de La Serna, antes de haber iniciado el ataque en forma contra las posiciones enemigas.

Sucre no había previsto ningún plan y sólo quiso quedar en condiciones de obrar según se lo permitiesen las circunstancias de cada momento; de ese modo mantuvo el control y la dirección de sus tropas y aprovechó los errores y debilidades del adversario, mediante contraataques en los lugares más críticos.

El general Córdoba, detenido un momento por Canterac, reanudó su avance al ser reforzado por los húsares y los granaderos, y la lucha se convirtió en un cuerpo a cuerpo que desorganizó las unidades realistas. La división colombiana se abrió paso a la bayoneta y los escuadrones colombianos dieron cuenta de la caballería enemiga que intervino a último momento. El batallón Fernando VII intentó una inútil resistencia y fue barrido, cayendo prisionero el propio virrey; poco después la bandera de Colombia flameaba en las faldas del cerro Condorkanqui.

Valdés comprobó el fracaso de la división Monet y su repliegue en desorden, perseguida por la caballería patriota, y vio el pabellón colombiano en el Condorkanqui; entonces ordenó el repliegue de sus tropas, pero éstas también acabaron por desbandarse.Gerónimo Valdés buscó en vano la muerte en el campo de batalla al advertir el desastre. Prisionero el virrey, asumió el mando de los efectivos realistas el general Canterac. Tuvo el propósito de marchar hacia Cuzco para reunirse con Olañeta y ofrecer una última resistencia; pero los 500 hombres escasos que le seguían se sublevaron y mataron a uno de los oficiales; no tuvo más remedio que admitir la capitulación ofrecida por el vencedor.

A la una de la tarde, la acción había terminado. La independencia de América del Sur quedaba asegurada con la destrucción del último baluarte realista.

Las tropas de La Serna tuvieron 1.400 muertos y 700 heridos en la batalla; el resto se entregó, según los términos de la capitulación, con 14 generales y todos sus jefes a la cabeza. Las bajas de los patriotas sumaron 309 muertos y 670 heridos.

Ante ese desenlace, las guarniciones realistas del sur del territorio capitularon y entregaron las armas.

Sólo quedaban Olañeta en el Alto Perú y Rodil en el Callao; pero las fuerzas de Olañeta acabaron por sublevarse y dieron muerte a su jefeen tumulsa en 1825,Rodil soportó todavía el asedio terrible dirigido por el general Salom con una división colombiana y se rindió al fin el 16 de enero de 1826. El plan sanmartiniano, que había elaborado con tanta tenacidad y venciendo tantos obstáculos, se cumplió totalmente y el hecho de no haber asistido a la última batalla no disminuye su gloria. El Alto Perú constituyó una república independiente con el nombre de República de Bolivia, en homenaje al Libertador.

Batalla de Ayacucho

La Batalla de Ayacucho fue un encuentro militar decisivo durante la Guerra de la Independencia del Perú. Fue la batalla que aseguró la independencia del Perú y también la independencia del resto de América del Sur. Es considerado como el fin de las guerras hispanoamericanas de independencia. La batalla de Ayacucho puso fin al Virreinato del Perú y destituyo a su último virrey el general José de la Serna e Hinojosa, Conde de los Andes.