Después de la batalla de Tucumán

Belgrano insiste ante el gobierno de que  Goyeneche no ha sido vencido y reanudará la ofensiva, pues mantiene en su poder Salta y Jujuy

Belgrano sabia que era necesario aprovechar los meses antes de las lluvias, que harían recrudecer el paludismo; pero su ejército, por el número y por la instrucción, no estaba en condiciones de afrontar a los contingentes realistas y pide que se le envíe tropa veterana; Tristán se halla en Salta y será reforzado por el batallón de Picoaga, de 1.000 hombres. Las fuerzas patriotas, incluyendo a los prisioneros de Tucumán, suman 2.000 hombres (1.300 de infantería, con pocos veteranos; casi ninguna caballería; 135 artilleros para el servicio de diez piezas).

Mejoró la situación en cuanto al armamento con el botín de Tucumán, pero era insuficiente y se hallaba en mal estado; la mayoría de los 1.500 a 1.800 fusiles y carabinas debía ser reparada; faltaban sables y espadas, armas cortas de chispa para caballería, contaba con 90.000 cartuchos y pedía pólvora para fabricar más. En su opinión el ejército patriota debía elevarse a 4.000 hombres para llegar sin mayor efusión de sangre hasta los límites del Desaguadero; no quería moverse de Tucumán hasta que fuese auxiliado.

El segundo Triunvirato no juzgó oportuno elevar el ejército del Norte al nivel señalado por Belgrano; siguió dando preferencia a las operaciones contra Montevideo; se le envió el regimiento N° 1, con 180 fusiles de repuesto, y 300 a 400 hombres de la guarnición Buenos Aires con 25 artilleros. 

Oficiales

Con esas escasas fuerzas propone a Belgrano que ataque a Tristán sin pérdida de tiempo si la situación es favorable. Tristán contaba con 2.500 hombres bajo su mando en Salta; una reserva en Jujuy a las órdenes de Tacón; fuerzas escalonadas en Suipacha, al mando de Picoaga, en Oruro, Cochabamba y guarniciones en Charcas y La Paz; es decir, Goyeneche podía poner en movimiento de 4 a 5.000 soldados veteranos y equipados.

Desde el día siguiente de la batalla de Tucumán, Belgrano se dedicó a instruir y ejercitar sus tropas; no quería moverse sin contar con un ejército que mereciera tal nombre, disciplinado y adiestrado. La preparación le exigió cuatro meses de esfuerzo. Tenía ya suficiente experiencia sobre el inconveniente de empeñar acciones importantes con tropas improvisadas; la disciplina no sólo fue aplicada a los soldados, sino también a los jefes; algunos que no le eran útiles por díscolos o ambiciosos fueron alejados; en cambio se le incorporó un elemento de gran valor, Juan Antonio Álvarez de Arenales; otros de sus jefes subordinados fueron Benito Álvarez, Manuel Dorrego, Zelaya, Díaz Vélez, Martín Rodríguez, Bernabé Aráoz, etcétera.

Mientras procedía a un adiestramiento intensivo de sus tropas, hizo trabajar sin descanso la fábrica de fusiles, mandó fabricar cartuchos y granadas, organizó el servicio de carretas, vistió y calzó a los soldados, mejoró el servicio sanitario.