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La Batalla de Tucumán
 
El ejército español que había dejado Metán, seguía por el camino de la posta y avanzaba confiado sobre Tucumán. Pero al entrar en su jurisdicción empezaron las sorpresas, siendo la más amarga, la captura del coronel Huici, el más jactancioso y audaz de los jefes españoles y el perseguidor más tenaz del ejército criollo.
Huici, con su vanguardia, llegó al pueblo de Trancas y, adelantándose con dos compañeros (uno de ellos capellán), desmontaron frente a una casa donde había gente. Pero fueron vistos por la partida gaucha del capitán Esteban Figueroa, la cual rápidamente se acercó, los tomó y haciéndolos montar, cuando estaba llegando la columna enemiga, se escapó con ellos a toda la furia de sus parejeros. Los persiguieron tenazmente, sin poder darles alcance. Y a media noche de ese mismo día la partida hacía entrega a Belgrano de sus prisioneros.
Las otras sorpresas del ejército invasor fueron el vacío y el silencio que hallaron a todo lo largo del camino. Y lo peor fueron las partidas criollas que, de todos lados, los venían hostigando a toda hora. Y así, hasta el 23 de septiembre, en que al llegar a Los Nogales y avistar ya nuestra ciudad, el general Tristán tuvo la máxima sorpresa: que Belgrano y su ejército lo esperaban junto a ella, listos a darle batalla.
En la mañana del 24 de septiembre, el general Tristán con su ejército, desde Los Nogales, marchó en dirección de la ciudad. Pero al llegar a Los Pocitos, el oficial de Dragones, Gregorio Aráoz de Lamadrid, que salió con algunos de ellos a su reconocimiento, prendió fuego a los campos del frente, y el incendio, con el viento del sur, corriendo en temibles llamaradas hacia el ejército enemigo, lo desordenó, y lo hizo virar hacia el oeste hasta dar con el viejo camino del Perú, por donde siguió. 
Pasando a una legua de la ciudad de Tucumán, fue a detenerse y dar el frente a ésta en el lugar del Manantial. Se ha dicho que ésta fue táctica envolvente del general Tristán para cortar a Belgrano su retirada por el sur. Pero no hubo más táctica envolvente que en su contra y fue la del incendio.
Belgrano con su ejército, que daba frente al norte, tuvo que contramarchar para ir a situarse en el Campo de las Carreras (por el sitio de la actual Plaza Belgrano), cerca y de cara al enemigo. Lo cual fue para éste una nueva sorpresa.
El ejército español era de unos 4.000 hombres; el argentino de 2.000. Nuestras tropas de caballería cubrían las alas de este ejército, estando a la derecha mandada por Juan Ramón Balcarce, y apoyada por una sección de Dragones y la caballería gaucha de los tucumanos, que era la más entusiasta y de mayores bríos. En esta situación, esa mañana empezó la batalla.
Dice un actor del drama y técnico militar como el general Paz, que "es el de Tucumán uno de los combates más difíciles de describirse, no obstante el corto número de los combatientes"... "Que la izquierda y centro enemigos fueron arrollados; nuestra izquierda fue rechazada y perdió terreno en desorden, en términos que el comandante Superí estaba prisionero por una partida enemiga, que luego tuvo que ceder a otra nuestra que la batió y lo represó. El enemigo, por consecuencia del diverso resultado del combate en sus dos alas, se vio fraccionado, a lo que se siguió una gran confusión"... que después hubo, en uno y otro bando, una gran confusión.
Del punto de vista estrictamente militar, la batalla se reduce a lo que refiere Paz. Porque lo que sigue, y que acaba en victoria, ya es obra de la conjunción de distintos factores, diversos a la acción estrictamente militar: religiosos, populares, psicológicos, naturales y hasta puramente elementales.
Cuenta el tucumano don Marcelino de la Rosa, a quien se lo contaron actores del drama, que a mitad de la batalla ocurrió de pronto algo que nunca habían visto los soldados enemigos del Alto Perú, y que, por lo mismo, contribuyó a desbandarlos y a llevarles el pánico. Fue un gran ventarrón, que llegó desatado y furioso del sur. Dice el señor De la Rosa: "El ruido horrísono que hacía el viento en los bosques de la sierra y en los montes y árboles inmediatos, la densa nube de polvo y una manga de langostas, que arrastraba, cubriendo el cielo y oscureciendo el día, daban a la escena un aspecto terrorífico".
Porque millares de langostas, escapando del viento, al largarse en picada hacia tierra hacían fuertes y secos impactos en pechos y caras de los combatientes. Y si los mismos criollos, que las conocían, al sentir esos golpes, según Paz, se creyeron "heridos de bala", es de imaginar el espanto de los altoperuanos, o cuicos, al sentir en sus cuerpos tal granizada de balazos, que no eran sino langostazos.
Otro factor de los más decisivos, para el triunfo, es la acción de la caballería gaucha, tucumana en su mayor parte, del ala derecha. Esta llevó su carga, o mejor dicho, su gran atropellada sobre el enemigo, de un modo formidable.
Con las lanzas en ristre, a toda la furia de su caballada, haciendo sonar sus guardamontes y dando alaridos, cargaron estos gauchos lo mismo que una tromba. Y nada pudo oponerle el enemigo a su paso. La caballería enemiga de Tarija, al verlos llegar, se asustó, y huyó. Ni la infantería española pudo contenerlos; pasaron por encima y, cuando se dio cuenta, los encontró a su retaguardia. Por lo tanto, atravesaron de parte a parte el ejército enemigo como si fuera un matorral: se fueron hasta el fondo, hasta donde estaban los bagajes y con ellos las mulas cargadas de oro y plata y de ricos equipajes del ejército real. ¿Y qué hicieron entonces? Se dispersaron para dedicarse a despojar de todo eso a los enemigos. La caballería gaucha había sido improvisada, en días anteriores, y en su mayor parte era de hombres del campo, tan pobres como toscos.
Y así, después de cumplir con su deber, cuando ellos dieron con aquellas riquezas de los enemigos, creyeron que tenían derecho a tomarlas. Y para tomarlas tenían que romper la formación. Para nuestros gauchos esas riquezas eran su botín.
Finalmente, quizá el haber quedado el ejército realista sin plata ni equipaje en tierra enemiga y hostil, contribuyó a acobardarlo y a pensar en que era este otro motivo mas para retirarse.
El general Belgrano, con otros oficiales, fue arrastrado, o empujado por el desbande de la caballería santiagueña posiblemente mal mandada, fuera del campo de batalla hasta cerca del Rincón, por Santa Bárbara. El general Tristán, replegado sobre el Manantial con una columna que salvó, trataba de reunir los contingentes dispersos. Mientras que la infantería patriota quedó dueña del campo de batalla, pero, viéndose sola, se replegó sobre la ciudad y entró en ella para acantonarse, y preparar desde allí su defensa bajo el mando del coronel Eustaquio Díaz Vélez; a todo esto, Tristán con el resto de su ejército llegó hasta las goteras de Tucumán, donde se estacionó como sitiándola; y Belgrano, acompañado del coronel Moldes y algunos soldados, se vino hasta el Rincón, donde estaba indeciso, sin saber del resultado final de la acción.
Y en esta situación Paz, como cuenta en sus Memorias, se encuentra con Belgrano, relata de su entrada en la ciudad y lo anoticia de que en ella se hallaba fuerte toda su infantería, con lo que Belgrano, sabiendo ya del triunfo de la caballería tucumana, vio que la batalla se había decidido en su favor.
Esa tarde y en todo el día 25 es notable la inacción o mejor el marasmo de Tristán y sus tropas. Las razones debieron ser varias; es una principal, el haberse perdido su parque y estar sin municiones. Otra pudo ser el espíritu ya acobardado de los soldados españoles, también por diversos motivos; no siendo uno de los menores, en nuestro entender, el miedo que les infundieron los gauchos: por lo que hicieron y por lo que hacían; estos, después de su carga y dispersión, andaban en partidas por el campo y sus alrededores, dedicados a una prolija y metódica limpieza de enemigos sueltos.
Ignorante de las fuerzas que salvara Belgrano, el general Tristán no sabía qué hacer. Pero, en la tarde del día 25 se convenció de que no tomaría la ciudad, vio que era amenazado de afuera por columnas patriotas que entorno de Belgrano se irían engrosando, se dio por vencido. Y esa misma noche emprendió la retirada en dirección a Salta.
De la batalla de Tucumán ha dicho, el historiador Vicente Fidel López que fue "la más criolla de todas cuantas batallas se han dado en el territorio argentino". Y eso es, para él, "lo que la hace digna de ser estudiada con esmero por los oficiales aplicados a penetrar en las combinaciones con que cada país puede y debe contribuir de lo propio a la resolución de los problemas de la guerra".
Sobre su trascendencia, Mitre ha expresado..." Lo que hace más gloriosa esta batalla fue no tanto el heroísmo de las tropas y la resolución de su general, cuanto la inmensa influencia que tuvo en los destinos de la revolución americana. En Tucumán salvóse no sólo la revolución argentina, sino que puede decirse contribuyó de una manera muy directa y eficaz al triunfo de la independencia americana. Si Belgrano, obedeciendo las órdenes del gobierno, se retira (o si no se gana la batalla),
las provincias del Norte se pierden para siempre, como se perdió el Alto Perú para la República Argentina".