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Economía |
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Hay una hora en todos los días de Buenos Aires
durante la cual el cielo tiene un tono gris apenas perceptible. Es
alrededor de las cinco de la madrugada, cuando el sol todavía no se
anima a salir, cuando la humareda densa de las fábricas porteñas no
trepa por encima de las casas. Quizás en la zona del río de la Plata
algunos reflejos rojizos comienzan a teñir el agua. Casi no hay
ruidos en ninguna parte. La ciudad, adormilada, es como un o vacío,
desnudo. De pronto, en un lugar de Buenos Aires, se oye el
fieroalarido de una sirena. Es en el puerto: un vapor entra
arrastrado por dos remolcadores. Avanza lentamente entre otros
barcos, resollando, vomitando humo por sus chimeneas. Se puede ver a
la tripulación, acodada en las barandillas, fumando, mirando hacia
la ciudad. Como si la presencia de ese barco fuera una orden, que
nadie sabe de dónde viene, por todas las callejuelas que desembocan
en el río comienza a aparecer gente, gente y animales: hombres,
mujeres, perros, carros aún tirados por caballos. Es que,
precisamente a esa hora de la madrugada, empieza el trabaje en el
puerto de la ciudad de Buenos Aires.
Esta imagen se repite todos los días. Es la prueba
más evidente de la intensa actividad que se desarrolla en las
orillas porteñas. Y no por casualidad: el puerto de Buenos Aires es,
y fue, un factor decisivo para el desarrollo económico de la ciudad.
Lo demuestra, además, el hecho de que, durante los primeros siglos
de la época colonial, mientras España mantenía un rígido monopolio
del comercio con sus posesiones americanas -los únicos puertos
autorizados para realizar transacciones eran los ubicados en
Veracruz (México), Portobelo (Panamá) y Lima-, la ciudad languidecía
sin remedio. Sólo a partir de mediados del siglo XVIII, cuando los
comerciantes porteños vieron coronado con el éxito su empeño por
obtener el libre comercio, la Gran Aldea inició su despegue
económico.
Desde entonces, el puerto metropolitano fue
aumentando su gravitación hasta colocarse, activamente, en el
decimoquinto lugar en el mundo por el volumen de sus.
operaciones.
Extendido sobre un activo tramo de kilómetros de la costa del
Río de la Plata, está formado en la actualidad por Dock Sud y Puerto
Nuevo . El primero, conectado con el ferrocarril Roca, se encuentra
principalmente destinado a la exportación de cereales a la
importación de petróleo y carbón. El frigoríficos instalaos en la
zona y, fundamentalmente, Con materias primas que se importan para
la industria metalúrgica.
En cambio Puerto Nuevo, el que permite la
navegación de barcos de mayor calado y sus instalaciones más
importantes están compuestas por silos para almacenamiento y
transporte de cereales.
Provisto de cincuenta depósitos, con una capacidad
superior al millón de metros cúbicos, y de doscientas cincuenta
grúas de muelle, vinculado directamente con la mayoría de los
servicios ferroviarios del país, el puerto de Buenos Aires recibe
anualmente entre veinte y veinticinco mil embarcaciones de diverso
tamaño, que superan en su totalidad los veintisiete millones de
toneladas de desplazamiento. En torno de sus muelles se levantan
frigoríficos, industrias, elevadores de granos, silos, maquinaria1s,
puentes y una completa infraestructura de instalaciones apropiadas
para su normal y ágil funcionamiento.
Largas hileras de vagones ferroviarios y camiones
cargados de mercaderías lo recorren incesantemente en todas
direcciones. Una multitud de trabajadores hormiguea en sus muelles.
Hacia él confluye la producción de casi todas las regiones
argentinas (el cincuenta y cuatro por ciento de las exportaciones se
efectúa por esa boca de salida) y desde sus embarcaderos se
movilizan anualmente centenares de miles de pasajeros. " ciudad que
lo alberga, entonces, no podía menos que evolucionar en armonía con
su puerto, desarrollar su comercio, su infraestructura de servicios,
su cultura y, sobre todo, su industria, convertida en pilar
fundamental de su grandeza. |
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Vista
aerea del
hipódromo |
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Vista
aerea de la
ciudad |
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Bar en la
city porteña |
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Bolsa de
comercio |
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Feria de
San
Telmo |
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Transboraddor de La Boca |
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La vida engendra vida: no es casual que el
crecimiento inusitado del puerto de Buenos Aires haya traído como
consecuencia inmediata un mayor incremento de la actividad
industrial porteña. En este sentido, las leyes económicas son
inflexibles: cuanto más se industrializa un país, un territorio,
mayor es, también, su índice de desarrollo. La Argentina en su
totalidad, como consecuencia de su insuficiente grado de
industrialización, aún se considera como una vasta región
subdesarrollada. Con excepción, claro está, de la Capital Federal,
sus alrededores, y unas pocas ciudades del interior del país. "Si
toda la República estuviera concentrada en el litoral --señalo un
economista -- , no existirían problemas técnicos para su
desarrollo". Es más: si la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores
conformaran un país, éste seria uno de los más desarrollados del
mundo.
Las razones están a la vista: la industrialización
permitió a esta privilegiada región Argentina atraer un crecido
número de trabajadores, ,proporcionarles mayores salarios y,
consecuentemente, estimular el consumo de productos
manufacturados.
Las primeras industrias porteñas (que vieron la
luz durante el siglo XVIII) fueron las del cuero, vestido, velas,
jabón, muebles, harinas y carne. En 1886, la ciudad tenía
trescientos cincuenta mil habitantes y ocho mil setecientas fábricas
y talleres. El censo industrial de 1954, por su parte, arrojó un
total de cuarenta mil establecimientos fabriles dedicados
especialmente a producir telas, metales, vehículos, maquinas,
etc.
La disminución en la cantidad de fábricas radicadas en el
área capitalina no debe llamar a engaño. No significa, en modo
alguno, una pausa para su sostenido desarrollo. Sucede, simplemente,
que la ciudad, como un pulpo, fue extendiendo sus tentáculos mucho
más allá de sus límites. La falta de espacio para instalar nuevos
complejos fabriles, las nuevas disposiciones sobre el tipo de
construcción que éstos exigían y los crecientes reclamos de energía
eléctrica motivaron que en la década del sesenta se reglamentara y
restringiera el establecimiento de nuevas industrias en la Capital
Federal. De todos modos, Buenos Aires -principalmente algunos
suburbios típicos-- mantiene en actividad (in número considerable de
establecimientos fabriles. |
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Las calles de Buenos Aires en las que hay una
fábrica siempre tienen un. aire particular. Son propicias para que
los chicos del barrio jueguen un "picado" (no hay vecinos que se
quejen de esa infantil pasión futbolera) ; son oscuras, porque los
altos muros de la fábrica le quitan sol, y están contaminadas con el
olor del producto que se elabora, un evaporado aroma que se confunde
con los olores de las cocinas de las casitas del barrio o los
perfumes de las plantas que ahí, en la misma calle, crecen sin mas
riego que la lluvia. Este clima especial envuelve la tarea fabril de
Buenos Aires, que se desarrolla en cerca de seis mil plantas
artesanales y treinta mil fábricas de mayor magnitud, entre las que
sobresalen las que se dedican a la elaboración de bebidas y
alimentos y, en menor medida, a la producción textil y de calzado.
Sin embargo, es esta última la que absorbe el mayor porcentaje de
mano de obra: sus cincuenta y dos mil trabajadores representan el
quince ciento del personal ocupado e área capitalina.
Otros rubros clásicos de la metrópoli son los
consagrados a productos químicos, tabaco y artes gráficas mientras
que en el campo de las nominadas industrias dinámicas lo pueden
mencionarse la construcción, la fabricación de maquinarias y
aparatos eléctricos y las industria del transporte, compuestas
principalmente , por las plantas destinadas a la fabricación de
carrocerías ómnibus y camiones, el ensamble de automotores y la
elaboración accesorios y repuestos automotores.
La localización actual de estos establecimientos
responde también, al esquema trazado período del desarrollo fabril
Capital Federal. De esta manera mientras las nuevas industrias
(alimentos, bebidas, construcción) distribuyen por todo el radio
capitalino, otros rubros se concentran en determinados barrios. La
mayoría de las plantas textiles, por ejemplo, se agrupan en
Barracas, una zona que, en los orígenes de la industria, permitía el
más fácil acceso de las materias primas de importación. Los
frigoríficos, por su parte, ocupan Liniers y Mataderos: las
imprentas, San Telmo; las industrias químicas, Parque de los
Patricios.
Pese a este alentador panorama, la Capital Federal
no proporciona en cuanto de industrialización se trata una
imagen real de la República en su totalidad. Es que el grado de
desarrollo de la franja Argentina más evolucionada no es suficiente
para que el país entre a formar parte activa del mercado
internacional, imponiendo precios, exportando manufacturas en
cantidad suficiente, compitiendo con los países más desarrollados.
Por eso, su economía sigue siendo fundamentalmente agro
exportadora. |
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Aquellos que desconfían de la hospitalidad de
Buenos Aires, acusándola de ser un mero centro mercantil en el cual
sus habitantes sólo viven en función de los negocios, tienen algunos
motivos para sus reproches. El área metropolitana alberga en la
actualidad más de cien mil comercios que dan ocupación,
aproximadamente, a medio millón de personas y cuyos intereses
representan la mitad de lo producido por la totalidad de la
actividad comercial de la República.
Un gran porcentaje de estos negocios está
integrado por los supermercados e hipermercados . En los siguientes
lugares se colocan todos aquellos especializados en el expendio de
productos químicos, material de artes gráficas, vehículos, pinturas,
barnices, maquinarias. Reunidos, movilizan el sesenta por ciento de
lo que se negocia en la Capital.
Este intenso tráfico obliga a la existencia de
doscientas setenta y cinco casas bancarias que atesoran en sus arcas
más de la mitad de los depósitos bancarios que se efectúan en la
Argentina, volumen que confirma la ubicación física de las mayores
fuerzas económicas nacionales. La Bolsa de Comercio, una de -las más
antiguas instituciones financieras del país, completa esta actividad
comercial.
Heredera de la Bolsa Pública Mercantil, creada en
1821 por iniciativa de Bernardino Rivadavia, la Bolsa de Comercio de
Buenos Aires fue siempre escenario de múltiples y complicadas
transacciones. Conoció, por supuesto, épocas de esplendor y de
crisis, como la de 1889, magníficamente retratada por Julián Martel
en su novela La Bolsa. Hoy, más de seiscientas cincuenta sociedades
anónimas cotizan allí sus acciones y operan por montos superiores a
los doscientos cuarenta millones de pesos diarios.
Durante muchos años, la mayor parte de esta febril
pasión comercial de la metrópoli se circunscribió al "centro" de la
ciudad y a un escaso número de manzanas aledañas en las que ,se
concentraba la cantidad más importante de negocios. Pero pronto,
cuando la Capital Federal se extendió hasta enlazar a las zonas
vecinas del conurbano, el antiguo centro dejó de ser el único
corazón de Buenos Aires. A su lado, y con absoluta independencia,
fueron desarrollándose barrios que no tardaron en competir en un pie
de igualdad con la privilegiada zona limitada por el río, la calle
Belgrano y las avenidas Callao y Santa Fe.
Así surgieron el Once (cuatro mil casas
comerciales que le disputan su primacía al centro) y barrios viejos
con historia pero nuevos en configuración urbanística, como Flores y
Belgrano, que comenzaron a levantar inmensos y altos edificios allí
mismo donde había apacibles y soleadas quintas, y los centros
comerciales concentraron su actividad en f función de la creciente
demanda. Así, sobre los ríeles aún no levantados de las calles
Rivadavia y Cabildo, dos barrios pujantes crecieron en increíble
desafío al progreso.
En la década del 90 se desarrollaron
nuevos polos comerciales debido a la construcción de una red de
Shopings Centres (Alto Palermo) en el Barrio de Palermo, Spinetto en el
Barrio de Monserrat, Abasto en el Barrio de Once. También durante
esta época han tenido gran apogeo los supermercados en cadena
(Disco, Coto, Norte), estos supermercados han hecho cambiar la
fisonomía de algunos barrios y han obligado a los comercios pequeños
a hacer una adaptación en servicios y precios de sus
productos.
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